No sabría precisar en qué momento y por qué motivo las cosas empezaron a ir cuesta abajo, el hecho es que hoy estamos decididamente peor en comparación con otros momentos de nuestra vida como país y como sociedad. Y que nadie nos venga a decir que “estamos mal pero vamos bien”.

Nos encontramos peor que hace cincuenta años, como Nación, como sociedad y como personas. Esto es lo que vemos, cualquiera sea la variable de análisis que elijamos: educación pública, salud pública, empleo, distribución del ingreso, seguridad. Estamos usando, y agotando, el capital físico y humano que han construido nuestros mayores. Y es lo que queda de ese capital lo que permite que aún puedan rodar trenes, autos, camiones, ómnibus, y que también funcionen nuestras grandes universidades y hospitales públicos.

Aún en 1960, y ya con signos de fatiga en el crecimiento, nuestra sociedad era diferente a la actual: estaba más integrada, más segura de su presente y más confiada en su futuro, era más solidaria y responsable. En el imaginario colectivo, el progreso social era un sendero transitable, y los padres podían acariciar el sueño de ver a sus hijos viviendo mejor que ellos.

Empezar de nuevo implica, en nuestro caso, recuperar principios, sentidos y valores, lograr la reconstitución y el relanzamiento del espíritu. Los argentinos necesitamos reconstituirnos como sociedad y como personas.

Una sociedad, una política, una economía que no se afirmen en los principios éticos de solidaridad y de responsabilidad no tendrán capacidad para abordar y resolver los graves problemas contemporáneos de disparidad, desarraigo y desposeimiento.

Estos principios éticos deben ser asignaturas del programa de estudios de todos los niveles de instrucción. Esto debe ser una campaña nacional. En las empresas y en los organismos públicos es necesario establecer programas sistemáticos de capacitación en valores. El gobierno cuenta con el sistema educativo y con otra cantidad de acciones para estimular y apoyar el surgimiento de ese estado de conciencia y el predominio de conductas socialmente significativas. Si advirtiera que la actitud social de los sectores “ganadores” de la economía fuera de mezquindad, codicia o renuencia, podría –metafóricamente hablando- abrirles “el corazón y el bolsillo” apelando a su poder regulatorio, correctivo, de conciliación o de arbitraje, o a su poder tributario para plasmar alguna pauta de redistribución más justa.

Una sociedad grande en inclusión y en justicia es posible. Pero, para que esto sea así, son indispensables comportamientos individuales y grupales de compromiso social, de solidaridad y de responsabilidad. No será posible una prosperidad real y duradera a menos que los logros de nuestro ingenio y oportunidades colectivos estén difundidos por todo el conjunto de la sociedad.

Hugo Quintana