La política argentina vive en una casi permanente efervescencia electoral, lo que no le deja ámbitos ni tiempo para enfocar en serio cuestiones de fondo, como serían la revisión de la estructura impositiva, el objeto-rendimiento del gasto público y la relación fiscal Nación-provincias; para encontrar consensos básicos sobre cómo enfrentar los desafíos externos y los problemas internos de exclusión e inseguridad; para debatir un plan de metas institucionales y económicas. Todavía no se han consumado los comicios de este año que ya se están fijando posiciones, ensayando candidaturas, hilvanando alianzas para 2011. Si alguna vez se enfrasca en el ejercicio del pensamiento estratégico, es para ganar elecciones. No lo suele usar para responder a su esencia, a su razón de ser, para resolver problemas públicos.

El objetivo normativo de la política es el de hacer progresar a la sociedad en la dirección de un futuro deseado. En ese futuro deseado están la cohesión social y la libertad.

La idea de cohesión social remite a la integración plena de todas las personas a una sociedad comprometida con el desarrollo humano, que distribuye con justicia sus beneficios y asume el acuerdo de contribuir a eliminar cualquier forma de desigualdad que surja de la falta de oportunidades, garantizando para todos un mínimo lo más alto posible. Un elemento fundamental de la cohesión social es la equidad. Un significado operativo del principio de equidad exigiría controlar la magnitud de las desigualdades entre las personas y los grupos en el reparto de los beneficios. La equidad es un imperativo categórico de la sociedad justa y un reaseguro de la democracia.

 Argentina ostenta el desdichado récord de ser el país de América latina donde más retrocedió la equidad en los últimos 18 años. En la década del 70 tenía un reparto de ingresos similar al de los países desarrollados. Por ejemplo, en 1974, la participación de los trabajadores en el ingreso nacional alcanzaba el 46 por ciento y la brecha de ingreso entre el segmento más pobre y el más rico era de 9,5 veces. A partir de 1975, esa participación fue descendiendo hasta alcanzar su mínimo en 2003, con un 20 por ciento, para  recuperarse en los últimos años, pero sólo en forma leve. La distribución se puede mejorar de varias formas. La política presupuestaria puede hacer su aporte con un gasto público bien inspirado y orientado.

La libertad no se la puede entender y gozar plenamente sin equidad. Además de la disponibilidad textual de derechos civiles y políticos, se requiere que las personas tengan, y puedan adquirir, capacidades que les permitan construir su propia independencia, de modo que puedan opinar y elegir con total libertad y no estar atrapadas en las redes del clientelismo político.

La marcha hacia la cohesión social y la libertad es un pasaje constante a condiciones de vida más humanas para un número creciente de personas. La cohesión social y la libertad caracterizan al verdadero desarrollo y se afianzan con él.

A las puertas del Bicentenario de la Revolución de Mayo es inevitable usar el espejo retrovisor de la historia y ver lo que éramos en 1910 y el destino que el resto del mundo imaginaba para nosotros; y como resultado nos preguntamos: ¿Qué nos pasó? ¿Hemos progresado con relación a 100 años atrás? ¿La trayectoria que hemos seguido era un hado, un proceso ineluctable de acuerdo con el modelo de inserción en el mundo adoptado, una fatalidad implícita en nuestro “carácter nacional”? El mismo juego de imágenes nos lleva a comparar nuestra realidad actual con la que pueden mostrar otros países que, por aquella época, tenían una estructura económica y un grado de desarrollo similar: ¿Qué cosas diferentes hicieron esos otros países que hoy les permite estar en el lote de las naciones de altos ingresos? ¿Cómo organizaron y han hecho funcionar su sistema político, su administración pública, su sistema educativo? ¿Cuál ha sido el sendero de su desarrollo?

Plantearnos desde ahora, de una manera abierta y honesta, preguntas como las anteriores y darles una respuesta sincera es uno de los pasos que habría que dar para que la conmemoración del Bicentenario de la Independencia en 2016 nos encuentre celebrando avances y logros y no lamentando nuevos y viejos fracasos.

Hugo Quintana