Estamos presentes, por fin, en la Feria del Libro. Es un buen momento para poner en común algunas de las preguntas que nos hacen nuestros compañeros de luchas gremiales: ¿Qué tiene que ver la cultura con la actividad de auditoría o control gubernamental? ¿Por qué desde APOC hemos dedicado importantes cuotas de esfuerzo a alimentar el “campo cultural” en sus distintas expresiones? ¿Por qué sostenemos una colección de divulgación sobre el control público?

Las respuestas a estas y otras preguntas parecidas las tenemos que buscar en nuestra propia historia como organización gremial y en un modo de entender eso que llamamos cultura. Pero, ¿qué es la cultura?

George Simmel –un sociólogo y filósofo alemán de principios del siglo XX- la define como “el cultivo que los individuos ejercen sobre su interioridad”. A diferencia de los reinos vegetales o animales “el ser humano puede hacer de su propio cultivo una finalidad”. Este “cultivo” sigue diciendo, “posee un marco temporal y espacial definido”, y no está restringido a las “bellas artes” sino que integran el campo cultural “el lenguaje, los saberes, conocimientos, las herramientas técnicas, la tecnología y demás productos y artefactos”, además de “el arte”.

Repasando nuestra historia gremial nos encontramos con que hace muchos años nos valíamos del humor (¿quedan dudas de que los contenidos humorísticos son expresiones constituyentes de lo cultural?) como recurso para criticar, cuestionar, proponer, en fin…para dar nuestra propia visión acerca de la función pública en general y del control gubernamental en particular.

Pasó el tiempo y hemos incorporado publicaciones más formales y académicas, otras de divulgación para “no iniciados” en la auditoría gubernamental. Hemos propiciado eventos más ligados con las “bellas artes”. Pero, en todo los casos, nos reconocemos en la definición de cultura que nos legó el erudito alemán.

A esta altura, Ud. nos podrán decir que seguimos sin responder cuál es el vínculo entre la cultura (el arte) y el control gubernamental. Entonces, una vez más recurrimos a Simmel quien analizando “la tragedia cultural contemporánea” señala que la organización racional (del trabajo) generó una “dinámica frenética” de productos culturales de los cuales “el hombre podrá acaparar una mínima proporción” además de que “muchos de esos contenidos son irrelevantes o innecesarios”.

¿Cuál es el camino que propone para enfrentar este estado de cosas? Pues que el investigador, el técnico, el científico “sigan el camino del artista”, que es capaz de captar “en un fragmento la totalidad de la vida” y esto partiendo de “una  intuición” e integrando “pensamiento e imaginación”. Solamente de este modo estaremos a resguardo del “saber superfluo”, es decir una “suma de conocimientos metodológicamente irreprochables y que, sin embargo, están enajenados del auténtico sentido final de toda investigación, como si una realización fuera ya valiosa sólo por el carácter correcto de su método”.

El auditor, la persona que trabaja en el control, necesita agudeza, espíritu crítico, libertad. Nada de eso viene en los textos técnicos de auditoría, se aprehende, sobre todo, con la experiencia de la convivencia, con lo sensorial, con la primacía de las “pasiones alegres”, en definitiva con el encuentro del propio deseo. La observación, la apreciación, el goce, la valoración de la pieza artística nos ayudan en esa otra educación, la que nos ayude a equilibrar una “notoria supremacía contemporánea de los medios sobre los fines”.

Ya a esta altura, haciendo abuso de Simmel, en un texto de 1912 afirma: “Ahora giro las velas y busco una tierra todavía no pisada. El viaje podrá incluso concluir antes de alcanzar la costa. Al menos no me sucederá como a muchos de mis compañeros, que se encuentran tan cómodos en su nave, que llegan a pensar que la nave misma sea la tierra buscada”.

Que la cultura nos sirva para no confundir “la nave” con la “tierra buscada”, mientras tanto seguimos nuestro viaje.

Hugo Quintana