La coyuntura dejó espacio en la agenda pública para la educación; en estos días se escucharon reflexiones oficiales sobre el papel que juega ésta en la movilidad social y en la redistribución de la renta, y sobre el tipo de estudios que serían prioritarios para el país.

Con la buena educación las personas crean valor económico para ellas mismas y para el conjunto de la sociedad y también incorporan actitudes significativamente positivas para el desenvolvimiento del sistema social. La educación de financiación pública es la invención social más grande de la humanidad ya que da la posibilidad de romper la fuerza reproductiva de la desigualdad “de cuna”. Esto, siempre y cuando el servicio sea de buena calidad.

 

La “teoría del capital humano” aporta argumentos a favor de la existencia de una relación positiva entre el gasto gubernamental en educación y el producto nacional.  Sin embargo, el efectivo aporte del capital humano al desarrollo depende de la manera en que la economía puede recibirlo y emplearlo. La educación asumida como formación de capital humano puede resultar totalmente infructuosa si, al mismo tiempo, no se aplican políticas económicas y laborales susceptibles de producir oportunidades de empleo de mejor calidad para más trabajadores productivos.

Si la educación es una inversión, lo es, en primer término, para la persona que la debe emprender. Entonces, si se quiere estimular algún tipo de estudio porque reviste cierta prioridad nacional, sería conveniente que existieran incentivos a la entrada y a la salida del proceso de formación técnica y profesional. Pero esto, con ser un aspecto importante, es una parte del problema. En efecto, si se planifica la oferta de educación técnica y profesional únicamente observando los “cuellos de botella” actuales en el sector productivo se corre el riesgo de estar ignorando los sectores de futuro y el hecho de que la llave maestra de las rentas económicas y de la competitividad nacional es la innovación, cuya dinámica torna rápidamente en obsoletos los conocimientos y capacidades prácticas que provee el sistema educativo.

No por importante que sea la cuantía de los fondos puestos a disposición del sector educacional se garantiza automáticamente el logro de sus objetivos, cualesquiera que éstos sean. A pesar del crecimiento de la inversión pública en educación, aparecen con recurrencia evidencias de deficiencias en el aprendizaje de los alumnos de las que dan testimonio los resultados de los cursos de admisión universitarios y los de las evaluaciones que han realizado, por su lado y a su tiempo, la UNESCO y la OCDE. Que la educación sea una inversión o que alcance alguna otra finalidad valiosa es una cuestión de hecho. Dependerá de qué se enseñe, de cómo se enseñe, de lo que aprenda el sujeto educando, de cómo puede utilizarlo en su vida social y de que la dirigencia pública y privada adopte políticas y tenga conductas que signifiquen darle sentido al capital humano y social que genera el proceso educativo. La esencia de una inversión es crear valor. ¿Qué es crear valor público desde la educación? Es, ni más ni menos, formar una persona educada; una persona  capaz de seguir aprendiendo, una persona que hace del conocimiento un medio para el desarrollo humano, una persona que puede y quiere hacer una contribución efectiva a la generación de una axiología de convivencia, a la calidad de las instituciones, al desarrollo tecnológico y a la competitividad de la economía.

Resulta muy evidente el papel poderoso que representan los medios de comunicación, particularmente la TV, sobre la formación de los niños y, en ciertos casos, puede aparecer en oposición a la educación formal. Frente a este tipo de comunicación, la educación formal está más obligada que nunca a transmitir los supremos valores del humanismo. Es necesario, como ha dicho en otro momento el actual Ministro de Educación, entender a la Escuela, a la Universidad, como una unidad de generación de valores, como un paso en el desarrollo del ser humano, como una entidad formadora y no sólo informadora. La educación será una inversión creadora de valor público si sirve para fomentar una ciudadanía instruida, crítica y participativa, activa en exigir que las decisiones de política y las acciones cotidianas de gobierno se inspiren en ciertos valores fundamentales como la responsabilidad de unos por otros y la solidaridad.

La educación, en cualquiera de sus niveles, no tiene por única finalidad preparar para la estructura ocupacional o “producir” los funcionarios de la sociedad. La educación es más que eso; es una misión de transmisión de estrategias para la vida. Por muchos que sean los fondos públicos que se destinen a la educación, en términos absolutos y relativos, si persisten sus problemas de calidad no habrá niños y jóvenes que puedan vivir mejor que sus padres, ni hombres con las capacidades para construir una Nación pujante y una sociedad progresista.