Durante mucho tiempo hemos sido bombardeados de forma permanente con la idea del “fin de la historia”, “inserción en el mundo” y “triunfo rotundo del capitalismo”. Todos estos slogans han sido aceptados mansamente por gran parte de los economistas y de la sociedad política de nuestro país.

Hoy, ante la crisis del mundo financiero, ante el derrumbe de los mercados surge un fuerte cuestionamiento al capitalismo y los mismos consultores que aplaudían el proceso de acumulación, ahora tratan de decirnos por dónde está el camino. Pero ¿cómo enfrentar la mirada de un trabajador, aseverando que su situación, de vuelta precaria, se debe a “los grandes cambios de la economía mundial”?, ¿cómo consolar a nuestros chicos de la calle, diciéndoles que comparten sus desgraciada suerte con otros de Pakistán o Sierra Leona….?

Hace tiempo que la política abandonó su faz transformadora y, con el mejor tono “posibilista”, ha devenido en variable dependiente de una economía regulada por algún consorcio oculto en varios lugares indeterminados. Pero la historia no finaliza por el mero deseo de un filósofo de ocasión, la historia no es el fácil relato de una película de Hollywood. La historia es un entramado de sucesos y procesos, se construye a partir de la idiosincrasia, los valores, las actitudes y las habilidades de una sociedad determinada.

Nuestra Argentina pudo, en mejores épocas, conjugar aquellos elementos citados, y que en gran medida provenían de los inmigrantes, dotándolos de una mirada y un quehacer propios, conformando “el carácter nacional”.

Pero hoy nos encontramos asombrados hasta de nosotros mismos de quedarnos sin palabras ante los hechos que, como una película desordenada y en cámara rápida, pasa delante de nuestros ojos.

Y esta impotencia viene desde abajo. La gente se pregunta ¿no hay respuestas? Pensemos como trabajadores o como quienes quieren trabajar y tal vez nos demos cuenta que si no hay más palabras, es porque las vaciamos de contenido y porque nos ha invadido una terminología que nada nos dice: globalización, compromisos externos, efectos varios, respuesta de los mercados, modelos commodities, etc.

Pensamos como sobrevivientes, como inversores, como náufragos, como espectadores, como temerosos de oponernos porque el abismo parece estar en el próximo paso.

Y dejamos de pensar como trabajadores.

En el trabajo está la posibilidad de estudio de nuestros hijos, la comida de cada día, el acceso a mejores formas de vida, salud y vivienda.

Nos quedamos sin palabras y sin respuestas. Pensemos como trabajadores.

Hugo Quintana