“Saber de qué se trata” es el título que hemos elegido para el último libro editado por APOC, dentro de la serie “Educar al soberano”. Buena parte del texto es una recorrida por la evolución que ha tenido a lo largo de ese tiempo, en el contexto de nuestra historia política, una institución propia del gobierno de un Estado: el control. El título no es casual ni oportunista: el control mismo empieza en el momento en que alguien quiere “saber de qué se trata”.

Pero el libro no es sólo relato histórico. Hay en su composición una tesis central; y es que los buenos gobiernos, esto es, decentes, patriotas y eficaces como los caracterizaban y querían Belgrano y Moreno, requieren para alcanzar tales virtudes autocontroles y controles externos.

La experiencia enseña que los gobiernos, aún los surgidos a través de procesos democráticos, muestran, en mayor o menor medida, una tendencia natural hacia el “autismo”, el “microclima”, la “autorreferencia”, la discrecionalidad. Entonces, los autocontroles no son suficientes, y hasta resultan ineficaces para mantener a los gobiernos bien orientados y alineados con los intereses superiores de la Nación y del Pueblo. Es necesaria una observación externa, más o menos en línea o cercana a los sucesos, con capacidad de evitar un daño total o de provocar la enmienda o la corrección tempranas cuando el hecho ya está consumado o ha tenido principio de ejecución. Esta capacidad debería estar entre las posibilidades operativas de una entidad estatal creada por la ley para controlar la gestión administrativa y financiera de un gobierno.

En las democracias representativas, como la nuestra, los pueblos no deliberan ni gobiernan sino por medio de sus representantes, pero pueden controlar por sí mismos, basándose en sus propias experiencias y percepciones, en las investigaciones de organizaciones civiles, entre ellas, los medios de comunicación, y en los informes de las entidades técnicas independientes que están adentro del mismo Estado. Para poder controlar con eficacia hay que estar informado a un buen nivel, hay que poner en práctica el derecho de conocer lo que ocurre “puertas adentro”, como era el caso de la gente en la conmemorada jornada de mayo de 1810, hay que tener el impulso, el deseo, la voluntad, sentir el deber de “saber de que se trata”. Estos son los pequeños y cotidianos actos patriotas de nuestro tiempo. La historia grande también se hace con millones de átomos de civismo.

Hugo Quintana