Pepe Mujica y el Papa Francisco: el legado de la humildad y la transparencia
Ambos liderazgos estuvieron afianzados en una base moral sólida y una vocación de servicio en la que la integridad en la función pública fue su impronta. Vidas en la austeridad y alejadas de las "pompas" del poder.
El liderazgo público, ese rol crucial para el devenir de las sociedades y el bienestar colectivo,, exige ya no sólo competencias y destrezas técnicas, de gestión y/o estrategias políticas, hoy es exigido desde un horizonte humano guiado por una brújula ética inalterable que oriente cada decisión y cada acción de quienes asumen la inmensa responsabilidad pública de gobernar o en el sentido más amplio: liderar. En un escenario global, a menudo escéptico y desilusionado con sus élites dirigentes, la búsqueda de modelos de autenticidad, sencillos y transparentes se vuelve una urgencia, y a veces, estos modelos surgen desde la aparente periferia, desafiando las nociones tradicionales y conservadoras del poder.
Uno de estos faros de liderazgo humanista, cuya partida reciente marcó al mundo, es el Papa Francisco, quien desde su pontificado inició una audaz travesía reformista y enfoque decidido a los más vulnerables, reflejo de una vida marcada por la humildad y la austeridad. Desde su posición única, no solo lideró espiritualmente, sino que reconfiguró el liderazgo público global, abriendo puertas y tendiendo puentes hacia la inclusión de aquellos históricamente marginados, pero también con permanente y contundentes llamados a cuidar el planeta y suscribir la paz en todos los rincones.
El legado de Francisco se erigió sobre un compromiso férreo contra las "disparidades hirientes", esa lacerante brecha que mina la justicia social y la dignidad humana. Impulsó transformaciones hacia una mayor transparencia y rendición de cuentas en las entrañas financieras del Estado Vaticano y por ende de una de las instituciones más antiguas del mundo, se alzó como defensor incansable de migrantes y refugiados, y abordó la crisis ecológica enlazándola directamente con la injusticia social, en su profético llamado al cuidado de la "casa común" a través de su ya famosa Laudato Si. Su liderazgo inspiró misericordia, paz, tolerancia, compasión y perdón, desde el fin del mundo hasta la centralidad del viejo continente.
En paralelo, y desde el otro lado del charco, aunque desde la esfera netamente política y secular, emerge la figura de José "Pepe" Mujica, ex presidente de Uruguay, agricultor, guerrillero, caudillo popular y dirigente político de profunda convicción democrática y popular, no populista. Si bien su gestión como presidente del Uruguay entre 2010 y 2015 no está exenta de críticas y reparos en su propio país, y habrá que esperar que el velo del tiempo y la historia pose su manto sobre los textos de análisis sobre su acción política, podemos afirmar que su figura pública es universalmente reconocida por encarnar muchos de los principios que consideramos vitales para un liderazgo público ético: la austeridad, la cercanía con la ciudadanía y un discurso que privilegia el sentido común y el interés general sobre el particular.
Y aquí surge, la increíble coincidencia, más allá de la cercanía de su partida que marcará sin duda el año 2025 en la historia mundial, y es precisamente que el liderazgo de Mujica, al igual que el de Francisco, parece afianzarse en una base moral sólida y una genuina vocación de servicio, donde la integridad en la función pública fue su impronta. Su conocida forma de vida sencilla y su renuncia a las pompas del poder se alinean perfectamente con la idea de un líder que es "uno más de los ciudadanos", pero cuyo rol de dirigente implica una responsabilidad pública que sirve de espejo para la sociedad. Esta autenticidad nutre la confianza del pueblo, pilar de cualquier democracia saludable.
Ambos, Pepe y “Pancho”, compartieron una cualidad esencial: la empatía y una profunda comprensión de las necesidades de su comunidad, siendo conscientes de las circunstancias, tanto individuales como colectivas, de las personas. Francisco lo demostró al situar a los pobres en el corazón de su misión y al clamar por los desplazados. Mujica, a su modo, conectó con su pueblo y el de toda América a través de un mensaje directo y una vida que reflejaba la sencillez, subrayando la importancia de la cercanía entre el líder y sus representados; transformándose en un espejo incómodo para muchos líderes mundiales, los cuales fueron a visitarlo a su chacra a las afueras de Montevideo y hasta incluso pasearon en su antiguo escarabajo.
La transparencia y austeridad se erigen como pilares insoslayables en el ejercicio de la función pública, mundialmente requeridos en las más distantes sociedades del planeta, toda vez que el liderazgo ético implica siempre actuar con integridad y claridad en el manejo de lo
público, anteponiendo el bien común a los intereses de grupos de presión o de interés cercanos o representados por el poder o dirigente de turno. Este enfoque, característico de un liderazgo comprometido y transformador, fue una bandera compartida por el desaparecido
papa y el ex mandatario uruguayo.
Más allá de sus respectivos ámbitos de acción, el espiritual global y el político nacional, ambos líderes exhibieron una notable capacidad de inspirar a la ciudadanía a través de sus palabras y, crucialmente, de sus acciones, porque desde tiempos inmemoriales se lidera con el ejemplo. Francisco, con su mensaje de esperanza y su defensa de las grandes causas humanitarias, se convirtió en una voz ineludible en el concierto mundial. Mujica, con su filosofía de vida y su prédica sobre la moderación y la sencillez, interpeló a audiencias de todo el planeta sobre el verdadero sentido del progreso y la felicidad, el sentido de la vida y la importancia de vivir auténticamente y no desde el consumo y las apariencias.
Podemos, sin duda, considerar a Pepe y a Pancho como auténticos modelos de liderazgo público, sencillos y austeros. Sus trayectorias reflejaron consistentemente los principios que defendían, "predicando con el ejemplo". En un tiempo donde la desconfianza hacia las instituciones y los líderes políticos, sociales y empresariales se ha generalizado, figuras que encarnan la honestidad, la integridad y una vocación de servicio palpable son fundamentales para revalidar el vínculo entre quienes lideran y quienes confían sus vidas en ellos, entre dirigentes y sus seguidores, o entre pastores y su rebaño.
Naturalmente, el ejercicio de un liderazgo ético no está exento de escollos, tropiezos o equivocaciones. Implica tomar decisiones a menudo difíciles, incluso impopulares, si apuntan al bienestar a largo plazo de la sociedad. Exige trabajar en equipo y cultivar el diálogo respetuoso para forjar los consensos necesarios en los grandes temas que demanda la sociedad. Un liderazgo transformador e íntegro, sano, debe ser capaz de navegar estas complejidades, reconocer errores y corregir el rumbo, siempre anclado en el apego y el absoluto respeto a la ley, a las convicciones, al mandato, a la constitución o a la fe y creencias, según sea el caso.
En suma, los liderazgos de Mujica y Bergoglio, analizados bajo el prisma de la ética, la integridad, la transparencia y la vocación de servicio y entrega, nos dejan lecciones de inmenso valor. Su compromiso con los más desfavorecidos, su defensa de la justicia social y su humildad se alzan como referencias luminosas en un mundo que clama por dirigentes que prioricen el bien común y siembren un legado de humanidad, y nos invitan a reflexionar sobre el tipo de líderes que deseamos y necesitamos para encarar los apremiantes desafíos de nuestro tiempo, en un mundo complejo que nuevamente clama por paz, justicia y equidad.