
Cuba-Estados Unidos: ¿Cómo avanzar en la normalización de las relaciones?
Por Atilio A. Boron. La apertura de embajadas en La Habana y Washington es un paso más en la normalización de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos. Normalización, digámoslo sin ambages, que no fue imposibilitada por la actitud cubana sino por la obstinación de Washington. Ahora las cosas comienzan a cambiar, pero lentamente, y revelando las inconsistencias de la política exterior de Estados Unidos.
¿Por qué? Porque se requiere de una cabeza muy especial para hacer que convivan en ella el establecimiento de relaciones diplomáticas normales con un país y, simultáneamente, proseguir los sistemáticos esfuerzos para promover un cambio de régimen en Cuba. Es decir, reconocer al gobierno de otro país como un actor válido y legítimo del sistema internacional y, al mismo tiempo, mantener el bloqueo al cual se sometió a ese país durante más de medio siglo y asignar millonarias partidas presupuestarias para desestabilizar y acabar con el gobierno con el cual se negocia la normalización de las relaciones. Son contradicciones demasiado groseras para ser pasadas por alto. Es sabido que ante este argumento no tardarán en aparecer quienes digan que el presidente de Estados Unidos no puede hacer nada, que el responsable de este mamarracho es el Congreso y que lo único que cabe hacer es esperar a que lleguen nuevos representantes y senadores mejor predispuestos a mejorar las relaciones con la isla y, mientras tanto, cabildear para que las razones de Cuba sean atendidas.
Este razonamiento ignora, en primer lugar, la clamorosa inconsistencia de una política exterior bifronte: un rostro es el de la amable diplomacia, el otro el de las operaciones especiales de la CIA y las otras quince agencias de inteligencia de Estados Unidos. Si estas cuentan con jugosos presupuestos destinados a cambiar, por cualquier medio, el orden constitucional y el régimen político cubano, ¿cómo creer en las promesas de los diplomáticos norteamericanos?, ¿qué eficacia podrán tener los acuerdos que se celebren en las negociaciones abiertas de gobierno a gobierno? La confianza es un componente esencial de las buenas relaciones internacionales. ¿Se podrá cimentar cuando Estados Unidos impulsa dos políticas hacia Cuba, que circulan por dos carriles incompatibles, uno de los cuales conduce a la destitución del gobierno actual. Bajo esas circunstancias el camino para el pleno restablecimiento de las relaciones entre ambos países deberá recorrer un largo y escabroso sendero.
Segundo: ya transcurrieron más de siete meses desde el anuncio conjunto entre ambos presidentes y la Casa Blanca ha hecho poco y nada para comenzar a desmontar el bloqueo. Cuba no bloquea a Estados Unidos, de modo que, como en un ajedrez, le corresponde a Obama mover sus piezas. Por empezar, debería haber un sinceramiento semántico y reconocer que lo que Estados Unidos llama embargo es en realidad un bloqueo, algo mucho más grave que un embargo, y que ha sido condenado de manera unánime por la comunidad internacional y la Asamblea General de la ONU. Y, para continuar, el presidente Obama podría ya mismo -sin un minuto de demora ni una innecesaria espera a lo que decida el Congreso- adoptar algunas decisiones que se cuentan entre sus atribuciones y que permitiría aliviar en parte las penurias cruelmente infligidas al pueblo de Cuba. Entre las más fáciles y sencillas se cuentan las siguientes: (a) facilitar el establecimiento de conexiones aéreas regulares servidas por transportadores de Estados Unidos y Cuba, cosa que en la actualidad sólo se hace, para molestia de los viajeros, con vuelos charter; (b) incrementar los montos de los bienes que los visitantes procedentes de Estados Unidos, sean norteamericanos o extranjeros residentes en ese país, pudieran traer de regreso, bien sea para uso personal o como regalos; (c) posibilitar el pleno establecimiento de relaciones de corresponsalía entre instituciones bancarias de ambos países, cosa que recién hace unos pocos días se comenzó a resolver otorgándosele a un solo banco el permiso para que la embajada cubana en Washington pudiera tramitar sus cobros y pagos; (d) flexibilizar, para ciertos productos agrícolas o medicinales estadounidenses, la necesidad de que Cuba pague sus compras en efectivo y por anticipado; (e) autorizar el uso de dólares norteamericanos en las transacciones comerciales que realicen las empresas cubanas y facilitar las operaciones de clearing a través del sistema bancario estadounidense; (f) suprimir la política de veto a Cuba en las instituciones financieras internacionales a la hora de aprobar créditos o donaciones a la isla; (g) otorgar una licencia general que permita el flujo sin límites y frecuencias de remesas destinadas a individuos u organizaciones no gubernamentales radicadas en Cuba, incluyendo pequeñas granjas; (h) facilitar la exportación de equipos informáticos y software de origen estadounidense a Cuba, así como materiales dedicados al desarrollo de la infraestructura de telecomunicaciones; (i) autorizar a ciudadanos de Estados Unidos a recibir tratamientos médicos en Cuba, la exportación de medicinas, insumos y equipos para la atención de pacientes cubanos o para facilitar la producción biotecnológica de la isla y, (j), permitir el ingreso a Estados Unidos de medicamentos cubanos para su venta en ese país.
Este listado desmiente la idea de que el presidente Obama nada puede hacer. Al contrario, puede hacer mucho para aminorar el criminal impacto del bloqueo si hubiera la voluntad política de sentar sobre nuevas bases las relaciones entre su país y Cuba. Es de esperar que si las declaraciones tanto de Obama como las de su Secretario de Estado, John Kerry, son sinceras, más pronto que tarde se podría comenzar a avanzar en algunas de estas áreas.