Desgraciadamente ni hubo ese proyecto, porque iniciado tímidamente durante el gobierno de Cristina Fernández fue abruptamente interrumpido por su sucesor, ni mucho menos un acto que por su trascendencia y la calidad de sus aportes a la mejor comprensión de nuestra historia hubiera podido mitigar los perniciosos efectos de aquella deficiencia. Haber desperdiciado una ocasión como esa, que se presenta una vez cada siglo o cada cincuenta años, podría clasificarse con un poco de exageración como un crimen de lesa patria.

Al referirme al tema no puedo dejar de compartir una vivencia personal. Me hallaba haciendo mis estudios doctorales en Estados Unidos durante la celebración del bicentenario de su declaración, ocurrida en Filadelfia el 4 de Julio de 1776, y el programa de actividades fue tan extenso como importante. Se inició con más de un año de antelación y algunos de los hitos principales fueron la conmemoración del bicentenario de las batallas de Lexington y Concord, en Massachusetts, que serían el equivalente a nuestros Combate de San Lorenzo y batallas de Tucumán y Salta (que entre nosotros pasaron completamente desapercibidas), la emisión de varios sellos postales conmemorativos del bicentenario, una gigantesca exhibición temática en el Smitshonian de Washington, visitas de dignatarios extranjeros, desfiles de embarcaciones históricas réplicas de las propias de aquella época, todo acompañado por un denso conjunto de actividades informativas y educativas en escuelas y universidades. La televisión, tanto la PBS, la red de televisoras no comerciales de Estados Unidos (que cuenta con unas 350 estaciones a lo largo y lo ancho del país) como las grandes cadenas privadas de televisión emitieron durante largos meses una gran cantidad de programas alusivos al tema.

Hubiera sido deseable que en un país como la Argentina, más necesitado todavía que Estados Unidos de trabajar sobre una identidad histórica tan manoseada y tergiversada como la nuestra, se hubiera puesto en marcha un programa de similar envergadura convocando a tal efecto a numerosas instituciones educativas, organismos no gubernamentales, fuerzas políticas, movimientos sociales, medios de comunicación y agencias de los diversos niveles del gobierno para que hicieran sus aportes sobre el tema. En lugar de eso prevalecieron el solipsismo presidencial, la improvisación, los manotazos de último momento rodeados de discursos insulsos y otros muy desafortunados del presidente, todas manifestaciones de un hecho que como argentinos nos debe doler: las autoridades nunca estuvieron a la altura de las circunstancias. No deja de ser sintomático de este verdadero aquellare que ningún presidente se haya hecho presente en Tucumán, y que el único ex jefe de estado haya sido el Rey Emérito de España, personaje desprestigiado si los hay y no sólo por sus cacerías de elefantes africanos sino por los turbios negocios de la Corona española. Llama poderosamente la atención el dilettantismo de los equipos de asesores y consejeros presidenciales -siempre tan atentos a las chicanas políticas, las cuestiones de la dinámica electoral y el monitoreo de la opinión pública- que les hizo perder de vista una oportunidad única e irrepetible, por lo menos en los próximos cincuenta años, para fortalecer la frágil e inconsistente conciencia histórica de los habitantes de este país, obnubilada por las falacias de la historia oficial y la casi nula visibilidad de otras lecturas de nuestra historia. Se perdió, de manera imperdonable, la posibilidad de hacer realidad ese papel docente que todo Estado bien constituido tiene necesariamente que ejercer. Una verdadera lástima.