Todo se mezcla allí. Su adscripción a un partido político cuando, como un adolescente despistado, se incorporó a algún movimiento político que no era de centro civilizado. Hay prontuario para todos. Conocidos o desconocidos. Durante los últimos diez años se utilizó la tribuna de la Casa Rosada y de otros ámbitos para poner al desnudo antecedentes de periodistas, sus notas, sus vinculaciones, su modo de trabajar. Lo mismo ha pasado con políticos que no adhieren a las consignas oficiales. Gran parte de las sospechas no pudieron ser contrastadas con la realidad de los hechos.

Ha pasado con el mismo Papa. Antes de su elección para la Santa Sede por total mayoría de sus pares, el Cardenal Jorge Bergoglio fue protagonista de una larga y violenta campaña de desprestigio. Libros y declaraciones varias lo incluían poco menos teniendo buenas relaciones con la Dictadura Militar. Pedidos de entrevistas a la Presidenta, guiada por esas acusaciones, se traducían en silencios o en negativas. Largo tiempo.

Es cierto que la sospecha no es un patrimonio exclusivo de la Argentina, donde ese fenómeno tiene visos de exageraciones. Un ejemplo: el presidente Barack Obama está siendo acorralado en el Congreso por el partido republicano, que no ha podido ganarle las recientes elecciones que permitieron su reelección. Lo acusan de violar las intimidades de los norteamericanos con escuchas telefónicas y seguimientos varios. ¿Pero la orden de practicarlas la dio el presidente Obama o acaso los servicios de inteligencia actuaron de manera independiente?

Por una denuncia como esa, Nixon salió de la Casa Blanca antes de tiempo. Barack no tiene ninguna aparente similitud con Nixon que tuvo que irse porque mintió. Obama no ha mentido. Ha deslizado entre sus voceros que todo tiene su origen en un tema de seguridad frente a posibles agresiones al país y a su gente. Por una mentira, por poco cayó el expresidente Clinton que no dijo todo lo que sabía de su affaire con una becaria con la cual había intimado.

A la sospecha hay que probarla. Desde hace años, desde denuncias de la parlamentaria Lilita Carrió se sabía de las andanzas del empresario patagónico Lázaro Báez. Esa sospecha se convirtió en noticia chequeada después de la emisión de varios programas de televisión emitidos por el periodista Jorge Lanata, quien expuso ante su audiencia pruebas de las ligazones financieros, cuentas ocultas, modernas propiedades, cuentas en el exterior y compras de estancias gigantescas por un emprendedor que en los últimos diez años pasó de empleado bancario a dominar una potencia económica de envergadura.

Muchas sospechas resultan mentiras absolutas cuando se descubren los hechos reales. Es lo que le ha pasado a varios candidatos políticos engañosamente acusados de ilegalidades cuando nada era verdad, pero cuando los comicios ya habían quedado atrás.

Sospechas sin certezas es propio de administraciones políticas autoritarias. La sospecha siempre está a un paso del ejercicio del odio y la violencia y de la condena al patíbulo de una persona a quien no se le ha dejado ejercer su derecho a la explicación o a la defensa.

La historia argentina está plagada de ejemplos de sospechas que terminaron perjudicando al país y dañando su reputación. La élite dirigente que promovió, por ejemplo, la inmigración masiva comenzó a volverse esquiva cuando esos inmigrantes comenzaron a organizarse en sindicatos o gremios exigiendo mejores tratos y mejores salarios. Fue así como se aplicó la Ley de Residencia en 1905, una obra del conocido Miguel Cané (el mismo autor de Juvenilia). Todo inmigrante para los nacionales era sospechado de anarquista o comunista y si eran capturados en marchas con protestas podían ser arrestados y devueltos a sus países de origen. Esa Ley fue aplicada en muchas oportunidades.

Al presidente Hipólito Yrigoyen lo abatió el primer golpe militar en la historia argentina, en 1930, que tenía rasgos corporativistas y fascistas. Lo acusaban de todo para desprestigiarlo y permitir el clima de la asonada. Que era dueño de enormes estancias, cuando era inexplicable que tuviera tanto dinero, que estaba demasiado viejo para enfrentar la crisis financiera mundial de 1929 que ya había llegado a Buenos Aires y que estaba amparando a funcionarios corruptos. El presidente Arturo Frondizi fue víctima de 32 planteos o golpes de Estado conducidos por militares y por civiles que lo consideraban un izquierdista tras recibir al Che Guevara y haber permitido que el peronismo proscripto desde 1955 pudiera participar de elecciones libres en la Provincia de Buenos Aires.

El peronismo ganó esa contienda electoral por mayoría de votantes pero el presidente Frondizi fue llevado prisionero a la isla Martín García y luego a otro destino. Su sucesor, el radical Arturo Illia, un dirigente provinciano de antecedentes de lujo, no pudo completar su gestión y también fue expulsado por un golpe militar-civil. Se lo acusaba de lentitud en la manera de conducir el Estado y de exagerar la defensa de una ineficiente (decían los sublevados) industria nacional. Fue gran parte de la ansiedad de la clase media lo que creó el clima golpista en 1966, más una Ley donde los laboratorios se sentían muy perjudicados, más una acción destructiva de cierto periodismo que lo atacaba con dibujos donde Arturo Illia aparecía como una tortuga. Su gobierno fue sobrio y no se conocieron actos de corrupción.

Las condiciones de deterioro exasperante de la Argentina comenzaron, sin duda en la década del setenta, con la  ineficiencia y despiste de la presidenta Isabel Perón, afectada por sus nervios seguida por la Dictadura Militar y la política económica que desprestigió y marginó a la industria nacional.

Hoy estamos frente a una elección parlamentaria bastante decisiva. Pero los líderes de la oposición no dejan de mostrar prontuarios de aquellos con los cuales están enfrentados. Muchos sospechan de otros muchos. La conclusión es que lo único que siembran es discordia, sospecha, mientras queman la posibilidad de una sólida unidad que les permita generar esperanza de cambios a la población.

*Periodista.