La victoria del NO
Por Atilio A. Boron*. El referéndum de Escocia terminó con la victoria del NO. Un año atrás, cuando los motores de la campaña todavía no se habían encendido, la opción del separatismo aparecía como claramente minoritaria. Tanto es así, que el establishment británico ni pensaba en el tema y miraba por encima del hombro los afanes de los independentistas escoceses.
Se daba por descontado que el referéndum terminaría con una categórica ratificación de la Unión, y que nada había que temer en Escocia. Había, empero, algunos que no compartían esa confianza y recordaban algunos datos desagradables, como la abrumadora mayoría laborista en ese país; el desprecio y también el odio por los conservadores -actualmente en el gobierno en 10 Downing Street- producto de la ferocidad con que Margaret Thatcher había maltratado a los trabajadores y los sindicatos escoceses durante su gestión; y, por supuesto, el viejo rencor histórico de una nación que a lo largo de siglos de continuas guerras con su poderosa vecina del sur terminó por ser sometida, como Irlanda, como Gales, al dominio colonial de Inglaterra en las Islas Británicas. Dados estos antecedentes pocos se sorprendieron cuando la adhesión al SÍ comenzó a crecer en la opinión pública, al punto tal que pocas semanas antes, el 18 de Septiembre, las encuestas arrojaban un empate técnico que sólo podría quebrar un pequeño número de indecisos casi sobre la hora del comicio.
Los escoceses tenían muy buenas razones para votar por la independencia. En primer lugar, históricas: habían sido independientes durante siglos, hasta que quedaron atrapados en el sangriento remolino de la política inglesa que acabó por hundirlos en una condición colonial. Poner fin a este período no podía sino ser muy atractivo para muchos. Segundo, porque Escocia es un país muy rico, que aporta el codiciado petróleo del Mar del Norte y cuyos beneficios fluyen casi por completo a Londres y pasan de lado a Edimburgo y Glasgow. Es además un muy importante productor de petróleo y gas de la Unión Europea, sólo superada por Rusia y Noruega; alberga un complejo manufacturero de producción de computadoras que no tiene rival en Europa; es un exportador neto de electricidad para el resto del Reino Unido; el mayor productor de salmón de la Unión Europea y la exportación de su bebida tradicional, el whisky, le aporta 7.000 de dólares de exportaciones por año. En otras palabras, tiene todo como para ser un país independiente. Precisamente por esto el chantaje a que fue sometido el electorado escocés por Londres y Bruselas fue realmente impresionante.
Ni la Corona británica ni la burocracia europea querían sorpresa alguna ante tan importante país. Fue por eso que no se ahorraron amenazas para intimidar a los escoceses, desde establecer puestos fronterizos para monitorear el tránsito entre Inglaterra y Escocia, hasta la negativa de autorizar el uso de la libra esterlina como moneda, amén de otras menudencias tales como, por ejemplo, poner en cuestión el pago de las jubilaciones y pensiones que cobra la envejecida población escocesa (envejecida como la de los demás países europeos) actualmente garantizadas por el Reino Unido a través del Banco de Inglaterra. Los burócratas de Bruselas, por su parte, no se quedaron atrás e hicieron saber que en caso de triunfar el SÍ nunca aceptarían a la nación rebelde en la Unión Europea. En su desesperación llegaron a decir que Escocia sería inviable como nación, argumento que roza en lo ridículo habida cuenta que forman parte de la UE países tales como Chipre, Estonia, Letonia, Lituania y Malta, naciones infinitamente más débiles y dependientes (en lo energético y financiero, por ejemplo) que Escocia. Pero lo cierto es que esta campaña de terrorismo mediático y financiero desencadenada por Londres y Bruselas hizo mella en la conciencia del pueblo escocés y, finalmente, el SÍ terminó derrotado, pero a que obtuvo un notable 45 por ciento del voto popular. ¿Termina de este modo la historia? De ninguna manera. El independentismo, la autodeterminación nacional y el autonomismo se respiran en el aire de nuestro tiempo. Se respira en Cataluña y en el País Vasco, y en numerosos otros países europeos. Los escoceses perdieron una batalla pero no la guerra. Ahora el Reino Unido tendrá que hacer importantes concesiones a los escoceses, que reforzarán las instituciones de su autogobierno. Pero no sería aventurado presagiar que, en un plazo no demasiado largo, habrá nuevas batallas. El fervor independentista está lejos de haber sido apagado, y no sólo en Escocia.