No imaginaba tener una reacción sentimental ante el anuncio de la Corte Suprema de que  la llamada Ley de Medios es constitucional. ¿Cómo una ley con muchas complejidades técnicas pudo provocarme emociones?

Pasó que en un instante se dibujó en mi mente lo que sucedió hace mucho tiempo a un presidente argentino. A mediados de los años ´60 yo era un adolescente y comenzaba a leer medios de información al mismo tiempo que despertaba a la conciencia de la política. Los dos despertares a la vez. Y, gracias a la relativa holgura económica que vivía entonces mi familia, compraba los semanarios políticos y culturales Primera Plana; Confirmado; Análisis y Panorama.

Hacia 1965 las tapas de estos semanarios y también los principales diarios instalaban la imagen del presidente Arturo Illia como la de un anciano que se movía torpemente en la Casa Rosada, como si estuviera en su consultorio de médico de pueblo en Cruz del Eje, Córdoba, es decir que no estaba a la altura de su investidura. Podían discutirse sus problemas de legitimidad de origen al estar el peronismo proscripto por los militares. Pero lo que hacían esos medios era otra cosa: distorsionaban la figura de ese presidente que aplicó políticas activas que se tradujeron, entre otras cosas, en un crecimiento económico del 8 %, que trajo la novedad histórica del salario mínimo y que puso freno a las multinacionales del petróleo y los medicamentos. Lo presentaban como si fuera un hombre lento para las decisiones, como una suerte de rémora del pasado que debía dejarse atrás. Fueron más allá: representaban a Illia como una tortuga. Todavía guardo una tapa de Panorama con la imagen de la tortuga caminando sobre el mapa de la Argentina, y el título: Apura el paso la tortuga.

Es archisabido que las revistas y los diarios de entonces, que todavía no formaban poderosos conglomerados mediáticos, contribuyeron activamente al golpe que preparaba el poder económico junto al moderno general Juan Carlos Ongañía, como los diarios de 1930 habían preparado el clima para el golpe del fascista general Uriburu contra Yrigoyen.

Mis ideas estaban más cerca de la izquierda, pero, cuando los uniformados echaron a Illia, advertí que la izquierda miró para otro lado, como las otras fuerzas, con gran ceguera política.

Los medios son un arma de la democracia, pero a veces disparan en contra de la sociedad. Una cosa es el periodismo independiente a decir verdad, sólo imaginable, y relativamente, en medios que no dependan de poderosos anunciantes -, la imagen conveniente del perro guardián custodio de la democracia. Y algo muy diferente sucede cuando esos sabuesos son lanzados llenos de furia contra un gobierno no por sus defectos sino porque no es funcional al poder corporativo.

El martes de la semana pasada aquella imagen dolorosa de mi despertar político regresó con la noticia del fallo de la Corte y me hizo un click de alivio, como si se cerrara un largo capítulo. Por fin, la sociedad dispone de un instrumento para prevenir la amenaza que pueden constituir los medios cuando monopolizan la información con su enorme capacidad de fijarle agenda a la sociedad.

Pero no es sólo un arma de la democracia contra los poderes fácticos, grupos de cuya fuerza extraordinaria dan cuenta los cuatro años que estuvo congelada la Ley de Medios: es también una herramienta de desarrollo que permite democratizar la palabra, generar muchas nuevas voces enriqueciendo el pluralismo, y brindar una apertura para que surjan en todos los rincones del país emprendimientos ligados a la cultura y los contenidos audiovisuales, creando trabajo para autores,  actores, directores, técnicos, etcétera.

Claro que una herramienta es simplemente una herramienta: depende de la sociedad, y también de las políticas de Estado, de los consensos entre gobierno y oposición y del balance de poder con las corporaciones aprovecharla o abandonarla. Pero estoy convencido de que Don Arturo hubiera celebrado la Ley de Medios, aunque provenga de un gobierno peronista. 

*Periodista