Pese a la importancia cultural, natural y científica del Jardín Zoológico de la Ciudad de Buenos Aires, un informe de la Auditoría porteña (AGCBA) dice que “fue evidente la insuficiencia de los controles que debió realizar el concedente (el Estado)” para proteger las instalaciones y el patrimonio del predio.

El organismo de control aprobó su trabajo el año pasado sobre datos tomados desde el inicio de la concesión del Zoo, en 1991, hasta agosto de 2008. Entre sus observaciones, destaca que el “desinterés” del Estado “queda de manifiesto en el pliego de bases y condiciones”, en el que se dispone demoler 27 de las 69 construcciones catalogadas con valor patrimonial, restaurar “sólo cuatro edificaciones”, ejecutar obras menores y de mantenimiento en 20 construcciones, y refuncionalizar 12 edificios.

Con la falta de controles, “quedaron a discreción del concesionario muchos de los aspectos vinculados con las obras y reparaciones que se había comprometido a realizar”, afirma la AGCBA. Pero la licenciataria no ejecutó los trabajos previstos ni respetó los plazos establecidos en el contrato de concesión (ver Esculturas).

Teniendo como antecedente la labor de la empresa, la Auditoría señala que “no se comprende bajo qué circunstancias” una dependencia del Estado porteño “emitió informes aseverando el cumplimiento de la concesionaria respecto a sus obligaciones de construir, restaurar y mantener 20 edificios”. La oficina es cuestión es la Dirección General de Fiscalización y Control de Obras y Catastro, y el informe especifica que “en 2002, el 100% de los bienes (del Zoo) evidenciaba la urgencia de una severa intervención por patologías, degradación y destrucción”. Los auditores añadieron que “la intervención de la Dirección ha quedado plasmada en múltiples acciones que hoy desconoce”.

Esculturas

El Zoológico de Buenos Aires tiene en su predio varias esculturas y 13 fuentes, que están colocadas en donde originalmente se perforó el terreno para buscar agua.

Para tener un parámetro de cómo era la decoración del complejo, la AGCBA analizó bibliografía histórica y detectó que “hay obras que ya no están; sobre algunas, no se pudo recabar datos; otras, conocidas con otra denominación a la actual y cuyas descripciones difieren de las piezas hoy existentes”. Además, “en algunos casos, las obras fueron separadas para integrar nuevos grupos escultóricos, sin que medie la autorización correspondiente” del Gobierno porteño.

Mediante una serie de relevamientos, algunos hechos por el Taller de Conservación de la Dirección General de Museos, el organismo de control determinó que entre 1996 y 2002, varias obras escultóricas “sufrieron roturas y lesiones graves que demandaban la adopción de medidas de emergencia”. Como ejemplo, el informe enumera que en 2002, la “Niña con flores” del artista Antonio Canova “se encontraba partida en dos fragmentos”; “El ánfora griega” presentaba el faltante de un asa; y en “Mujer con cabra”, del francés André Varmaré, faltaba un pie y los cuernos, “siendo necesario que sufrieran recursos últimos de restauración”.

Hasta el cierre de las tareas de campo de la Auditoría, “no se había previsto ninguna acción concreta de rescate, conservación, rehabilitación, acrecentamiento ni puesta en valor de los bienes contenidos en el Zoo que garantice la continuidad del acervo cultural”, apunta el informe, y completa: “Las reparticiones gubernamentales a cargo del patrimonio histórico cultural de la Ciudad, no cuentan con partidas presupuestarias para encarar estas obras”.

Por el lado de la concesionaria, el artículo 13 del contrato establecía que para 1996, todas las obras de conservación debían estar ejecutadas. Pero, hasta 2008, la empresa sólo había encarado el 39% de sus obligaciones, “habiendo iniciado algunas en 2003, y el grueso entre 2006 y 2007”, cuenta la AGCBA. Al momento del informe, cuatro trabajos estaban en proceso y 46 construcciones quedaban pendientes de resolución, “sin contar que el 77% de los puentes se encuentra sin restaurar”.

Los bienes, en general, se encuentran en un deficiente estado de conservación, debido al paso del tiempo, colapso de materiales, patologías constructivas y usos e intervenciones inadecuadas”, sentencia el organismo de control, y resume que, “transcurridos 18 años desde el inicio de la concesión, el 100% de las obras escultóricas del Zoo están sin caracterizar; el 43% de los bienes se encuentra sin restaurar; el 17% fue restaurado sin un diagnóstico anterior y el 100% de las intervenciones se efectuó sin un proyecto previo, conforme lo dictan las normas internacionales” a las que adscribe el país.

Asimismo, los auditores informaron que una deficiencia del contrato es que no contempló la obligación de contratar un seguro específico para las obras de arte.

La Biblioteca

En el Zoo funcionaba la Biblioteca Domingo Faustino Sarmiento que, en su momento de esplendor, llegó a tener 12 mil ejemplares de gran valor histórico y científico. Según la AGCBA, “el desmantelamiento comenzó en 1984 con distintos traslados (del material) escasamente documentados”. Cinco años después, el Zoológico pidió la devolución de los libros, pero los auditores no pudieron precisar si el reintegro ocurrió efectivamente.

Tras el cierre de la biblioteca al público, y la colocación de los libros en un depósito, en 1992 el entonces director del Museo de la Ciudad pidió que ese material sea trasladado a su área. Pero “la imposibilidad de acceder al inventario del traspaso, y la suma de desprolijidades, impidieron tener un acabado conocimiento de la ocurrencia de los hechos relacionados con la Biblioteca Sarmiento” afirma la Auditoría.

En marzo de 1996, los libros se trasladaron al Teatro Los Andes, en Leiva 4249, del barrio de Chacarita. Hace dos años, el material que estaba en la Dirección General de Libro y Promoción de la Lectura fue remitido nuevamente al Zoológico para hacer un inventario. La AGCBA dijo que, “según pudo constatarse, las primeras cajas abiertas evidenciaron libros sucios y con patologías destructivas que no garantizan su integridad física, intelectual y funcional”.
 
Aunque en su oferta el concesionario había dicho que “la biblioteca del Jardín Zoológico es uno de los tesoros más preciados con que cuenta la Ciudad”, y que su “compromiso” era “resguardarla, enriquecerla y actualizarla”, las instalaciones fueron destinadas a oficinas administrativas.