Publicado: 16-01-2013
 
Capital Federal.- Por Atilio A. Boron. Una de las paradojas más llamativas de la Argentina es la exaltación del consumo como uno de los supuestos indicadores de bienestar colectivo y concreción de las aspiraciones democráticas y, por otra parte, la indefensión en que se encuentran los ciudadanos en su calidad de consumidores. 
 
El repertorio sería interminable y es de sobras conocido: celulares que no funcionan por la (previsible) saturación del tráfico en ciertas horas y fechas, amén de ciertos lugares dentro mismo de la ciudad de Buenos Aires; cortes, ahora sí que imprevisibles, de energía eléctrica que pueden insumir varios días antes de ser reanudados o altibajos en la tensión de la energía con los consiguientes problemas para los aparatos eléctricos; baja presión del gas, con lo cual la preparación de los alimentos insume más tiempo y las estufas son incapaces de aportar las calorías necesarias para combatir las bajas temperaturas; ropa con medidas completamente diferente dentro de un mismo talle y en una misma marca; rutas con peaje en donde los concesionarios ni siquiera garantizan algo tan elemental como la pintura del pavimento para delimitar sus bordes, o inclusive para tapar viejas marcas –por ejemplo en la ruta 2 a Mar del Plata- en donde todavía sobreviven tercamente varias “doble rayas amarillas” que impedían adelantarse en la época en que esa ruta era de doble mano, es decir ... hace casi veinte años. Ni siquiera se hizo la mínima inversión para suprimir tales anacronismos con una buena mano de pintura.