El ojo de la cerradura
Publicado: 13-10-2013
Por Federico Recagno Secretario Adjunto de APOC Secretario Fundación Éforo.
Como nunca, nuestros datos e información personales están al alcance de otros. Desde las múltiples cámaras instaladas en calles, comercios, estadios y avenidas, teléfonos presuntamente pinchados, bases de datos biométricos, huellas y rastros digitales. Todo parece llevarnos al Hermano Mayor, de la novela 1984 de Orwell, que todo lo ve y que todo sabe acerca de nosotros.
Nuestra propia intimidad se va exponiendo en las redes sociales, Facebook, Twitter, Instagram, Whats-app, donde vamos dejando claras pistas de nuestros estados de ánimo y delatamos qué nos pasa, dónde estamos y qué estamos haciendo. La propia TV nos confunde, nos borra los límites de la vida pública y la privada.
Por otra parte, el mismo Estado que nos monitorea, que intenta saber qué hacemos, qué pensamos, dónde vamos (tarjeta SUBE), no informa, la mayoría de las veces, o informa con parcialidad acerca de su actividad.
Ese Estado vigilante no deja que lo miren, ni que se sepa cómo se gastan los recursos que la ciudadanía aporta con sus impuestos. Para la población resulta dificultoso, cuando no imposible, acceder a los datos más elementales de las gestiones de municipios, provincias y nación.
Como invertidas las polaridades, la vida íntima de las personas se hace pública y la actividad pública de los Estados se privatiza.
Y, en definitiva, se puede afirmar que un Estado que no se da a conocer no es un Estado transparente.