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Publicado: 25-10-2013

CABA.- Por Atilio A. Boron. Un consenso indisputado entre todos los analistas políticos dice que las elecciones de este próximo domingo serán el ensayo general que determinará los actores que habrán de desempeñar los papeles claves en las presidenciales del 2015. No obstante, no hay que minimizar la importancia que también tendrán para establecer las relaciones entre Ejecutivo y Congreso durante los próximos dos años y, por lo tanto, para asegurar una adecuada gobernanza en ese período. 

En la Argentina, como en la mayoría de los países cuyo régimen político es el presidencialismo, la discrepancia entre el Ejecutivo y el Congreso suele tener graves consecuencias. A veces se insiste en que tal cosa es buena, apelando a la clásica formulación de “los  contrapesos” establecida por la tradición política estadounidense y adoptada por la Constitución Nacional.  Sólo que se omite decir que esos contrapesos operan virtuosamente en sistemas políticos parlamentarios en donde la figura del Ejecutivo es la de un mandatario de la circunstancial mayoría legislativa y no la expresión directa del voto popular. La experiencia reciente de Estados Unidos, en donde a causa de este conflicto el presidente Barack Obama tuvo que “cerrar el gobierno”,  muestra claramente los límites de aquella ingenua interpretación, válida tal vez en los albores de la república norteamericana para ya obsoleta al promediar el siglo diecinueve. Las peripecias de Abraham Lincoln para obtener una mayoría en el Congreso que le acompañase en su iniciativa de abolir la esclavitud es un ejemplo luminoso de lo que venimos diciendo.

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