Publicado: 28-09-08

En los últimos veinte años, el 70 por ciento de la población adulta de merluza -el principal recurso pesquero del país- desapareció de nuestros mares como consecuencia de su sobreexplotación. El mal manejo de esta especie incluye descartes en alta mar y una trama de corrupción denunciada por la AGN y varias ONG

Entre las diferentes especies de merluza que habitan en las profundidades de nuestro mar (merluza hubsi, merluza negra, merluza de cola, etc.) hay una que despierta preocupación entre ambientalistas y algunos referentes del sector pesquero local: la merluza transformista.

Sí. Leyó bien. De acuerdo con algunos expertos, la merluza transformista es aquella que nace como merluza hubsi pero adquiere la forma de otra especie en el momento de los controles portuarios. Algo que, al parecer, hace muy bien, ya que no todos los funcionarios detectan el engaño.

Ironías al margen, la treta de la merluza transformista consiste en pescar más de lo permitido y declarar el excedente como otra especie, gracias a la complicidad de quienes deberían velar para que esto no sucediera. Según fuentes del sector, el montaje es más que frecuente.

Actualmente nuestro mar tiene un 70 por ciento menos de ejemplares adultos de merluza hubsi que hace 20 años. Y la sobrepesca es señalada como la principal razón. Pero hay otras. Una de ellas, tan nociva para la merluza como para las demás especies, es el descarte en alta mar de peces, aves o mamíferos capturados de manera incidental. Aunque es difícil de determinar, a nivel mundial se calcula que un barco devuelve al mar sin vida el equivalente al 30 por ciento de lo que pesca.

"Alguna vez, un marinero me dijo: ´matamos dos barcos para llenar uno , pero no es lo más común. El descarte depende mucho de la especie que se esté pescando. Por ejemplo, se calcula que, por cada kilo de langostino, se descarta un kilo de merluza", estima Guillermo Cañete, coordinador del Programa Marino de la Fundación Vida Silvestre.

Y si bien la merluza hubsi es apenas una de las 65 especies que se pescan en nuestro territorio, su destino es especialmente importante, ya que se trata del principal recurso pesquero de nuestro país y su manejo nos muestra el trasfondo de una industria que carece, entre otras cosas, de una saludable visión a largo plazo.

Para tener una idea de la relevancia de la merluza sólo basta decir que representó la tercera parte de los recursos pesqueros que nuestro país exportó a lo largo de 2007: en total, algo más de quinientas mil toneladas (entre peces, crustáceos y moluscos) por un valor superior a los mil millones de dólares.

Incluso, para comparar su impacto económico con el de las demás especies, podemos agregar que a mitad de este año, de acuerdo con cifras del Senasa, se habían exportado 171 mil toneladas de pescado. De ellas, unas 65 mil toneladas eran merluza hubsi, cifra más que significativa si se la contrasta con las que le siguen en cantidad: la merluza de cola, con 15 mil toneladas y la anchoíta, con algo más de 10 mil toneladas.

Los más jóvenes

Por eso, la desaparición de siete de cada diez ejemplares adultos (considerados los mejores en términos reproductivos) preocupa en términos de sustentabilidad ambiental, pero también de sustentabilidad económica. ¿Y cómo viene haciendo frente la industria a la falta de ejemplares adultos para la pesca? Pescando a los ejemplares juveniles, a pesar de que hoy en día son el principal recurso en pie para asegurar el ciclo de vida de esta especie y, con ello, la continuidad del negocio.

Los juveniles, desestimados -y descartados- hasta hace pocos años por cuestiones de talla (mientras que un ejemplar adulto mide 35 centímetros, un juvenil ronda los 27), hoy se han convertido en el pilar fundamental de la pesca de merluza ("si no pescás juveniles, no pescás", aseguran en el sector privado), en parte, también, porque la utilización de redes que garanticen el escape de los ejemplares más pequeños no está todo lo difundida que debería.

Pero también otro de los efectos de este colapso es el giro que están dando algunas empresas hacia la explotación de otras especies. Y, en vistas de lo que viene ocurriendo con la gallina de los huevos de oro de la industria pesquera, suena lógico que la Coalición Cívica haya presentado en la Legislatura de la provincia de Buenos Aires un proyecto de ley que apunta a proteger el futuro de los demás recursos. La iniciativa reclama un mayor involucramiento provincial para asegurar la sustentabilidad de otras especies ictícolas como la raya, la corvina, el pez palo y el gatuzo, entre otros.

El director de la Auditoría General de la Nación, Leandro Despouy, lamenta que, a pesar de la extensa superficie de nuestro territorio marino, la Argentina siga siendo un país falto de conciencia marítima. La AGN realizó dos auditorías sobre el manejo de los recursos pesqueros, y las conclusiones de ambos informes son muy desalentadoras.

El último trabajo abarcó desde 2002 hasta mediados de 2006 y concluyó que, de las diez recomendaciones que se habían realizado tras el primer informe (que había llegado hasta 2001), sólo dos se habían regularizado, cuatro estaban parcialmente regularizadas y el resto seguían sin regularizarse.

"En el último informe habíamos notado que persistían cuestiones centrales, como las diferencias entre las actas de descarga que labran los inspectores portuarios y las elaboradas por el capitán del barco sin que esta situación se comunique al área de infracciones y sumarios. Y detectamos diferencias en las declaraciones que van desde el 39% hasta el 300%", explica el funcionario, que aporta otro dato preocupante: durante el período auditado, se habían determinado y notificado multas por 110 millones de pesos, pero solamente un 5% (menos de 7 millones) había sido efectivamente cobrado.

Los barcos cuestionados no son navíos extranjeros que pescan de manera ilegal "y nos roban la merluza", como reza la creencia instalada en el imaginario popular. Si bien ese problema existe, la sobrepesca aquí analizada es perpetrada por naves argentinas que cuentan con permisos para pescar y topes de pesca pero que, simplemente, buscan incrementar sus ganancias pescando de más.

Aunque no le parece el problema más grave por el que atraviesa la industria -y pone, más bien, el alerta en la suba de los costos del sector-, el presidente del Consejo de Empresas Pesqueras Argentinas (CEPA), Oscar Fortunato, reconoce que las subdeclaraciones existen y las coloca, en promedio, en el 20 por ciento. "Antes, se creía que la solución para asegurar el futuro de la merluza pasaba por bajar los volúmenes de pesca en general.

Ahora, se piensa que la clave es perfeccionar la selectividad. En un tiempo habrá que ver lo que van a decir Lo cierto es que nunca se va a llegar a un sistema totalmente perfecto."

Hace pocas semanas, el empresario coincidió con otros referentes del sector en la feria Expopesca y, durante una conferencia, cuestionó el esquema de fiscalización gubernamental que pesa sobre este recurso.

Red de corrupción

En sintonía con tal apreciación, desde el Centro para el Desarrollo y la Pesca Sustentable (CeDePesca), una organización no gubernamental que tiene base en Mar del Plata y proyección internacional, sostienen que el sistema pesquero local funciona condicionado por una red de corrupción que recibe entre dos y tres millones de dólares por año en concepto de coimas.

"Situaciones como la subdeclaración de las capturas y la falta de transparencia y de controles cruzados terminan contribuyendo a la falta de cumplimiento de las normas de conservación y, por lo tanto, al agotamiento de los recursos", explica Ernesto Godelman, de esa organización.

Para tener una idea de la magnitud de los recursos en juego, sólo basta decir que, entre 1990 y 1999, el total de la pesca superó los topes impuestos por el gobierno en más de 1.200.000 toneladas, de acuerdo con los registros de Vida Silvestre. " Se deberían agregar las diferencias entre lo capturado en el mar y los desembarques en puerto debido a los descartes, la subdeclaración y la corrupción en los controles", concluye un informe de la ONG.

El Instituto Nacional de Investigación y Desarrollo Pesquero, dependiente de la Subsecretaría de Pesca, es el encargado de monitorear el comportamiento de las diferentes especies y, a partir de esto, establecer niveles de captura máxima permisibles. El dato es particularmente necesario en el caso de especies que se acercan al tope de explotación, como en el caso de la merluza, porque con él se determinan los máximos permitidos que cada barco debe respetar.

Sin embargo, desde principios de año, el Inidep no puede salir a navegar para realizar sus investigaciones, por lo que debe nutrirse de la información que aportan los pescadores y las actas de desembarque, es decir, las fuentes cuestionadas por la AGN y otros actores.

"La investigación pesquera padece importantes problemas, desde autoritarismo y falta de participación en la gestión del Inidep, hasta presiones sobre los científicos y empobrecimiento en la obtención de datos. Los informes de merluza, en particular, permanecen secretos durante demasiado tiempo, impidiendo a los actores participar del debate sobre las mejores medidas de manejo", opina Godelman.

Consultado al respecto, el director nacional de investigación del organismo, Otto Wöhler, está convencido de que los informes del Inidep gozan de amplia confiabilidad y explica que, en ciertos casos, la difusión de un informe puede demorar ya que debe seguir ciertos pasos burocráticos previos. "De todas formas, si el nuevo informe demora, se toman las cifras de captura máxima permisible del año anterior", desestima.

Convencido de que la suerte de la merluza, como la de todo recurso natural, es gobernada por el hombre pero también por la naturaleza, Wöhler también lamenta la falta de campañas de investigación, para monitorear, justamente, esa dinámica. "Un conflicto gremial con el personal a bordo nos impide salir a navegar. Pero estamos en tratativas para solucionar este problema cuanto antes."

Más allá de lo confiables que sean los topes que se imponen a cada barco, cualquier esfuerzo por mejorar el proceso por el que se obtienen resulta inútil si luego no se respetan. La Subsecretaría de Pesca cuenta con 150 funcionarios a lo largo de toda la costa para controlar el desempeño de más de quinientos buques de gran porte, más una cantidad no determinada de barcos más pequeños.

"Somos conscientes de que la infraestructura no es la que debería ser, pero estamos esforzándonos para mejorar el control de toda la operatoria. A los controles subjetivos queremos seguir sumándole dispositivos objetivos.

Actualmente todos los buques grandes cuentan con sistemas de control satelital y ahora nos proponemos adicionarle un mecanismo que filme toda la operatoria", explica Gerardo Nieto, subsecretario de Pesca, quien se pone enfático al asegurar que el proyecto de la filmación de la operatoria "superó la fase de proyecto porque está muy avanzado", aunque todavía no puede dar una fecha concreta de implementación.

En compañía de Ramiro Santos, director nacional de Planificación Pesquera, ambos funcionarios ponen especial empeño en tratar de refutar las críticas hacia el manejo nacional de los recursos pesqueros. "No tenemos que tener una visión de alarma general. Tenemos un caladero con 900.000 toneladas de diferentes especies y no todas están en crisis. Por ejemplo, podemos citar los casos de la merluza de cola, la anchoíta o el calamar. Es cierto que el manejo de la merluza hubsi no lo hicimos tan óptimamente como otras cosas, en parte porque el satélite no funcionó durante dos años. Nos puede llevar diez años cómodamente volver a tener buenos niveles", analiza Santos.

Aunque con ciertos matices, todos los sectores involucrados reconocen que el futuro de la merluza es incierto, pero las causas y las soluciones varían según la fuente consultada. Mientras tanto, el principal recurso pesquero de nuestro país continúa siendo víctima de una depredación silenciosa sin que se vislumbre alguna voluntad de consenso.

Una especie en jaque

300% es la diferencia máxima detectada por la Auditoría General de la Nación entre lo que se declara y lo que efectivamente se pesca.

110 millones de pesos en multas se habían determinado y notificado entre mediados de 2002 y 2006. Solamente el 5 % (menos de 7 millones) se había cobrado.

150 funcionarios dispuestos por la Subsecretaría de Pesca son los encargados de fiscalizar en puerto el funcionamiento de esta industria.

1104 millones de dólares se obtuvieron en 2007 con la exportación de 540 mil toneladas de pescados y mariscos. De este total, la merluza representó un tercio.

"Una década infame"

En el momento de analizar los inicios de esta crisis, todas las miradas apuntan a la década pasada. "Hasta principios de los noventa sobraba pescado. Era una pesca centrada, básicamente, en la captura de merluza.

Pero durante los noventa estalló la industria, se expandió geográficamente y

se extendió a muchas otras especies. Por eso, hoy tenemos la mayoría de nuestros recursos explotados y, en algunos casos, sobreexplotados. Por lo cual dejar descansar a la merluza por un tiempo y volcarse a otras especies no es tan sencillo", sostiene Guillermo Cañete, de Vida Silvestre.

Los noventa son recordados por algunos actores del sector como la década infame . "Por aquellos años se permitió la entrada indiscriminada de más de sesenta buques congeladores procedentes de la Unión Europea a pescar en aguas argentinas. Durante todo ese proceso hubo enormes irregularidades, por ejemplo, para el otorgamiento de los permisos de pesca. Ello incrementó sustancialmente la capacidad de pesca de la flota argentina", recuerda Ernesto Godelman, de CeDePesca.

Fuentes inobjetables del sector, que prefieren permanecer en el anonimato, coinciden con Godelman y aportan detalles: "Es cierto que el acuerdo con la Comunidad Europea allanó la entrada del pescado argentino en Europa, pero el precio pagado fue altísimo: mientras que se esperaba que el ingreso de buques extranjeros significara la modernización de la flota local, lo que sucedió en realidad fue que la flota se amplió. Las empresas locales que debían transferirles sus propios permisos no dejaban de pescar, como estipulaba la ley. Entonces, la transferencia de permisos se convirtió, prácticamente, en una duplicación."

Aunque suene como algo positivo, una industria sobrecapacitada o sobrecapitalizada es algo beneficioso para pocos, y los peces no son, precisamente, los beneficiados. Tener mayor capacidad de la necesaria implica una competencia feroz entre las diferentes empresas pero, sobre todo, una presión permanente sobre la especie debido a que todos necesitan pescar.

Como ejemplo de esta situación, vale mencionar una propuesta reciente de la Cámara de Armadores de Pesqueros y Congeladores de Argentina (Capeca). Preocupado por el futuro de la industria, su director, Alfredo Pott, envió en forma reciente una propuesta a la Subsecretaría de Pesca para modificar el sistema de las actuales paradas que realizan todos los barcos para darle un respiro al recurso. Mientras que ahora se realizan en forma alternada, Capeca propone una común para todos los pesqueros a fin de año. "De otra manera, los recursos no descansan como deberían", argumenta Pott, respaldando su posición con investigaciones científicas.

Pero en la Subsecretaría, respondieron con realismo: "Sería muy bueno. Pero, de querer implementarlo, nos encontraríamos con un detalle nada menor: a pesar de lo extenso de nuestro territorio, no tenemos suficiente espacio físico para que amarren todos los barcos a la vez".