La promoción del diálogo, la búsqueda de consensos y la generación de acuerdos firmes son rasgos de las comunidades cooperativas y solidarias e instrumentos de buen gobierno.

Cierta vez, el economista estadounidense Paul Samuelson sentenció que las sociedades que carecen de esos impulsos virtuosos padecen “la enfermedad argentina”.

El diálogo institucional es de la esencia de la gobernabilidad democrática. El diálogo y la voluntad de concentrar poder se excluyen mutuamente. El término diálogo se forma de la fusión de dos voces griegas que lo hacen significar “a través de la palabra”. Con la palabra escuchada y la palabra dicha se pueden conjugar comprensiones y compromisos, de lo cual surgen consensos y acuerdos. Entre las bases del diálogo está la apertura hacia el otro, la correspondencia a la sinceridad del otro.

El objetivo del diálogo es resolver problemas colectivos y no problemas particulares o sectoriales. Por ello, los principales actores del diálogo deben ser los partidos políticos legalmente reconocidos. En las democracias, los partidos políticos cumplen funciones sociales e institucionales, mediando entre el ciudadano y el Estado; están concebidos y regulados para ser los receptores y realizadores del interés general. Con ellos, y entre ellos, el diálogo debe ser integral e integrado. Por supuesto que las opiniones de las “sociedades de intereses particulares” deben ser escuchadas, evaluadas y, eventualmente, tenidas en cuentas. Pero el centro de gravedad en la resolución de los acuerdos debe pasar por el ámbito institucional previsto para la actuación natural de los partidos políticos. En nuestra organización constitucional, los partidos políticos son señalados como instituciones fundamentales del sistema democrático.

Un problema colectivo irresuelto entre nosotros es el del desarrollo. Un desarrollo que abata la pobreza, que remueva las rémoras estructurales, que disuelva las lacras sociales, que complete la persona, que difunda los frutos del aumento del producto real por todo el conjunto de la sociedad. El desarrollo económico y humano debe ser un problema público central de la política; su propiedad productiva, de creación de capacidades individuales y sociales, hacen de él un bien público.

El diálogo es en sí mismo una necesidad para el desarrollo. El desarrollo necesita de “amor y perdón, de renuncia a uno mismo, de acogida al prójimo, de justicia y de paz” (“Caritas in veritate”, Benedicto XVI).

Cuando acordemos transitar el sendero de un desarrollo humano integral vamos a echar de ver la necesidad de tener buenas instituciones políticas, un Estado eficaz y eficiente, una justa distribución de la renta nacional y de los ingresos y cargas fiscales.

En tiempos no muy lejanos, hemos tenido una experiencia de diálogo amplio. Se inició en el año 2002 bajo el nombre de “Mesa de Diálogo Argentino”. Quienes lo promovieron, vieron en él un medio “para cambiar la dirección de la larga ruta que nos condujo a este presente”, y tomar otra, guiados por un “Plan Estratégico de País”. El “Diálogo Argentino” estaba bien inspirado, pero todavía no hemos conseguido definir un rumbo que nos permita dejar de estar al garete y aprovechar “los vientos favorables”.

En la obra de teatro de Tirso de Molina El burlador de Sevilla y convidado de piedra, la estatua viva de don Gonzalo de Ulloa, Comendador de Calatrava, se le presenta a Don Juan, que fuera antes su asesino, aceptando la invitación burlona a cenar que éste le había hecho ante su tumba. La expresión “convidado de piedra” extendió su uso para abarcar el caso de quien es invitado por compromiso, pero cuya opinión no es tenida en cuenta.

El diálogo es bien intencionado, y no una burla o distracción, si quien hace el convite ve en el invitado no una estatua, sino un ser humano con capacidad de escuchar y comprender y necesidad de ser escuchado y comprendido.

Hugo Quintana