Meterse en la palabra
Haciendo un poco de trampa lingüística nos encontramos con que hay palabras pequeñas que describen cosas grandes y palabras grandes que se ocupan de cosas pequeñas. Vocablos breves que encierran profundos enigmas, mientras otros, extensos, se agotan sin más.
Por ejemplo, “sol” es una palabra corta, un monosílabo, en el que entran otras palabras de significados enormes como “luz” y “vida”.
La realidad es que en “sol” entran muchas cosas. Bajo el sol están lo nuevo y lo viejo, lo vivo y lo muerto, la poesía y los sueños. A la inversa, hay palabras grandes que no nos permiten espacio a la imaginación frondosa. “Paralelepípedo” es un vocablo prolongado, pero en esa extensión no parece haber sitio para que entre “ternura” o “fuego”.
Las palabras abstractas, como “libertad”, “fe”, es decir, aquellos sustantivos que representan conceptos que no se pueden palpar, permiten que en ellos carguemos subjetividades y especulaciones.
A esas palabras abstractas, amplias, nos cuesta definirlas y dan lugar a los pensamientos de los filósofos o de cualquiera que se pregunta, con ganas, por el sentido de la vida.
Un ejemplo de esto es la palabra “tiempo”.
San Agustín decía: “Si nadie me pregunta qué es el tiempo, yo lo sé, pero en cuanto me lo preguntan ya no lo sé”.
Lo mismo ocurre con otros sustantivos vitales e intocables como “solidaridad”, “miedo”, “dolor”, “perdón”, “felicidad”.
Son tiempos navideños, de fiestas que invitan a la reflexión interior, al balance y a la propuesta personal. Pero, en Argentina, como tantas otras veces, estas fechas nos muestran también las divisiones, los desencuentros y, las calles que transitamos, convulsionadas, con roces y chispas disponibles para la explosión.
Tan enrevesados vivimos, que frenar y pensar en encuentros que nos traigan de vuelta a la serenidad parece ingenuo. El que vive rápido ¿puede estar tranquilo? El rencoroso ¿puede poner paños fríos?
Tomemos una de esas palabras breves “amor” y ver quién puede entrar en ella, “hijos/as”, “amigos/as”, “parejas”, “yo”, “nadie”.
Y nosotros, como personas ¿en qué palabras entramos? ¿Qué conceptos nos contienen? Manuel Belgrano entra cómodo en el término “patria”, Alfonsín cabe holgado en “democracia”. ¿En qué vocablos podríamos meter a José de San Martín, René Favaloro, Eva Perón, Jorge Luis Borges, Carlos Gardel, Niní Marshall, María Elena Walsh o Luis Alberto Spinetta? Y ¿a los vivos? ¿Estaríamos en condiciones de aceptar dónde el otro ubica a Cristina Kirchner o a Mauricio Macri?
Nosotros, cada uno, ¿en qué palabras cabemos? ¿Podemos ingresar en “bueno”, en “equilibrio”? ¿Nos podemos meter en “diálogo”? ¿Cómo llenamos “dignidad”, “justicia”, “verdad”? En la palabra “Argentina” ¿entramos todos?
Vienen las fiestas, y tal vez por eso son tiempos de más preguntas que de respuestas. No le hagamos el balance al otro para poder descargarle las críticas y frustraciones que no nos atrevemos a asumir. Es hora de un arqueo individual y ver de qué lado ponemos el resentimiento, la comprensión, la envidia, la violencia y la paz.
El 2018 nos va abriendo la puerta, es un año para ser hecho, para completarlo, llegamos con lo puesto, pero, entre tantas palabras, elijamos algunas para que nos alojen, para instalarnos en ellas, tal vez “puente”, “respeto”, “integridad”, “abrazo” y algunas más.
Y, si nos animamos, construyamos dos deseos entre todos, que nadie entre en “pobreza” y que todos entremos en “trabajo”.
Felicidades.
*Secretario general de la Asociación del Personal de los Organismos de Control (APOC) y secretario general de la Organización de Trabajadores Radicales (OTR Capital).