Crisis, descomposición estatal y revueltas carcelarias
Por Atilio A. Boron. La sucesión de revueltas carcelarias en Brasil ha cobrado 136 vidas. Las muertes se produjeron a consecuencia de motines que enfrentan a integrantes de diferentes bandas criminales que se disputan el negocio de la droga.
Lo llamativo del caso es la total inoperancia demostrada por las autoridades carcelarias para sofocar los incidentes, ni digamos para prevenirlos. Parte de esto se debe a la superpoblación existente, al igual que en los demás países de América Latina. Se estima que el gobierno brasileño debe construir, en lo inmediato, nuevos establecimientos con la capacidad de alojar a unos 200.000 reclusos que están hacinados en las cárceles existentes. Esto sin indagar sobre el ominoso futuro de la criminalidad, que seguramente exigirá mayores inversiones todavía en este terreno.
Pero más allá de estas consideraciones iniciales, el tema de fondo es la ruptura de la trama social brasileña proceso que en la Argentina también se encuentra bastante avanzado, aunque, por ahora, no tanto como en el vecino país- producida por una combinación explosiva: la exclusión social de las políticas neoliberales, que priva de futuro a los jóvenes, combinada con la fuerte penetración del narcotráfico en nuestros países. En Brasil este fenómeno se vincula íntimamente con la corrupción gubernamental: fuerzas de seguridad ganadas por los capos de la droga; jueces indulgentes o que prefieren mirar para otro lado; legislación inadecuada para el combate del narcotráfico; un gobierno que opta por que los narcos se maten unos a otros y una sociedad que, en su desesperación, acepta lo que debería ser inaceptable.
Hace un par de años se conoció una entrevista hecha por O Globo a Marcos Camacho, Marcola, uno de los principales capos de la droga en Brasil que comanda el Primer Comando de la Capital (PCC) en Sao Paulo. [1] En ella este personaje develó, con notable perspicacia, los fundamentos profundos de este drama, que podrían haber sido suscritos por cualquier especialista. Marcola dijo que yo soy una señal de estos tiempos. Yo era pobre e invisible. Ustedes nunca me miraron durante décadas y antiguamente era fácil resolver el problema de la miseria. El diagnóstico era obvio: migración rural, desnivel de renta, pocas villas miseria, discretas periferias; la solución nunca aparecía… ¿Qué hicieron? Nada. ¿El Gobierno Federal alguna vez reservó algún presupuesto para nosotros? Nosotros sólo éramos noticia en los derrumbes de las villas en las montañas o en la música romántica sobre la belleza de esas montañas al amanecer, esas cosas…
¿Cuál sería una solución al problema del narcotráfico y todas sus derivaciones? Evidentemente que el tema no es sencillo. Por algo en ninguna parte del mundo algún gobierno se puede alzar con un trofeo diciendo hemos derrotado al narcotráfico. La descomposición o putrefacción del aparato estatal es una de las claves. Aparatos por doquier carcomidos por la corrupción, ineptos para librar una batalla decisiva como la que se requiere para acabar con el flagelo del tráfico de estupefacientes y todas sus terribles derivaciones. Corrupción en la administración pública, en las fuerzas de seguridad, en el Congreso y en el Poder Judicial. Corrupción también en la prensa. El mismo Marcola lo dice con sorprendente lucidez al plantear sus dudas acerca de si esta tragedia social podrá alguna vez llegar a su fin. ¿Ya vio el tamaño de las 560 favelas de Río, anduvo en helicóptero por sobre la periferia de San Pablo? ¿Solución, cómo? Sólo la habría con muchos millones de dólares gastados organizadamente, con un gobernante de alto nivel, una inmensa voluntad política, crecimiento económico, revolución en la educación, urbanización general y todo tendría que ser bajo la batuta casi de una ‘tiranía esclarecida’ que saltase por sobre la parálisis burocrática secular, que pasase por encima del Legislativo cómplice. Y del Judicial que impide puniciones. Tendría que haber una reforma radical del proceso penal de país. Y, profundizando en el tema termina diciendo que el suyo es un inmenso ejército de hombres-bomba, porque en las favelas hay por lo menos cien mil hombres-bomba dispuestos a actuar en cualquier momento, sin temor a morir porque la muerte, para ustedes, es un drama cristiano en una cama, por un ataque al corazón. La muerte para nosotros es la comida diaria, tirados en una fosa común. Una muerte que puede llegar en cualquier instante, y que devela la insuficiencia de los análisis sociológicos tradicionales. No se trata de combatir a la pobreza o emancipar al proletariado. En sus propias palabras: No hay más proletarios, o infelices, o explotados. Hay una tercera cosa creciendo allí afuera, cultivada en el barro, educándose en el más absoluto analfabetismo, diplomándose en las cárceles, como un monstruo Alien escondido en los rincones de la ciudad. Obviamente que sus palabras confirman las tesis de algunos especialistas: el problema del narcotráfico no puede encararse por la vía militar o endureciendo la legislación punitoria. Es, antes que nada, un asunto social y cultural, y es en esos campos en donde deberá librarse la batalla contra el flagelo. Mientras eso no ocurra seguirán matándose dentro y fuera de las cárceles.
La entrevista fue reproducida en castellano por el diario La República, puede verse en http://www.diariorepublica.com/mundo/capo-brasileno-hablo-como-un-profeta-y-todo-lo-dicho-es-espeluznante-y-vigente#