El presidente norteamericano Donald Trump es el más camorrero, apresurado (con inauditas declaraciones) y falto de diplomacia en la historia de los Estados Unidos. Acostrumbró al mundo a sus afirmaciones desubicadas, a las rupturas de convenciones y a darle cuerda a las guerras comerciales. Todo en una declaración constante, que no cesa, de excesivo orgullo por su patria, practicando un añejo proteccionismo económico. Sus seguidores son bendecidos, sus opositores denostados frente al periodismo, también castigado, y en redes sociales. Parece ser que no tiene intermediarios ni empleados. Él mismo escribe en Twitter en tono explosivo y desbordante.

Hace pocos días lanzó una propuesta inaudita: la Casa Blanca tendría intenciones comprar Groenlandia, territorio autónomo histórico de Dinamarca, abundante en materias primas, escasamente habitado por la rigurosidad del clima, que ofrece en su extremo norte un refugio a una base militar norteamericana. Hace mucho que no se venden territorios. Hubo un antecedente: el presidente Harry Truman, dirigente demócrata y no republicano como Trump, propuso en 1946 lo mismo. A Washington ese territorio le resultaba estratégico en los comienzos de la guerra fría. Podía desde ese norte extremo de Groenlandia escuchar los latidos del corazón de la Rusia comunista y rastrear eventuales peligros aéreos o por mar.

Entonces, al finalizar la Segunda Guerra Mundial el intento de Truman, presionado por sus fuerzas armadas, se diluyó. Ahora el deseo de Trump causó estupor y humoradas en Copenhage. Contestaron tajantemente que el territorio helado no está en venta.

No es la primera vez en su historia que Estados Unidos se expande pagando o usando la fuerza militar. Le compró a Alaska U$S7.2 millones a la Rusia zarista en la segunda mitad del siglo XIX. Entonces, Alaska era un refugio inhóspito y temporario de los buscadores de ballenas. Lo que importaba, para ellos, no era la carne del enorme animal sino la obtención de aceite para el alumbrado de ciudades y hogares antes de que Edison inventara la lámpara eléctrica.

Antes de Alaska había comprado el estado de Luisiana a Francia por U$S15 millones. Y en 1917 le pagó a Dinamarca por las Indias Occidentales U$S25 millones. Ahora se llaman Islas Vírgenes.

El expresidente Theodore Roosevelt, creador de la teoría del "Big Stick” (Gran garrote, como ironía) construyó el Canal de Panamá, inaugurado en 1905, y subdividió América Central en pequeños países que plantaban la fruta más requerida por los norteamericanos y buscada por la empresa United Fruit: la banana. Antes de Roosevelt, Estados Unidos había ocupado posesiones españolas con diversos pretextos: Puerto Rico, Cuba, Filipinas, la isla de Guam. Luego se desprendió de la mayoría de esas conquistas menos Puerto Rico y la isla de Guam que tendría una gran importancia como base aérea en la guerra del Pacífico que enfrentó a Estados Unidos y a Japón entre 1941 y 1945.

Quienes revelaron las intenciones de Trump fueron los diarios The New York Times y The Washington Post el año pasado. La movida del presidente norteamericano puede explicarse, más allá de la legalidad y de la concreción de la oferta, por los abundantes recursos naturales en Groenlandia: carbón, cinc, cobre, mineral de hierro. La mayoría de estos elementos son fundamentales para varias industrias. Pero también hay razones geopolíticas porque varios son los países que buscan recursos en el Ártico: Rusia, Canadá, Finlandia, Suecia, Noruega, Islandia y China. En 2018 Estados Unidos logró impedir que China construya tres aeropuertos en Groenlandia.

Diferentes medios de comunicación están informando que por el calentamiento global el hielo de Groenlandia se está derritiendo a una velocidad imposible de imaginar. El 31 de julio pasado la isla vertió a los Océanos Atlántico y Ártico 10.000 millones de toneladas de agua en estado sólido y líquido. Al día siguiente entregó otros 12.500 millones de toneladas.Tanta agua como para tapar parte del territorio de un país europeo.