El ambiente entre guerras
Tal vez ya sea algo conocido por todos los lectores de El Auditor.info, pero no está de más recordar, en cuanto efeméride se trata, de que el 5 de junio es el Día Internacional del Ambiente y esto es así porque se conmemora la Conferencia de Estocolmo, reunión de la ONU en Suecia realizada en 1972, donde se trató por primera vez las cuestiones ambientales. La idea principal del Día Internacional del Ambiente es sensibilizar a la población mundial sobre temas ambientales y las acciones que se pueden llevar adelante para proteger el mundo donde vivimos.
Esta celebración, tal como está expresada, pareciera que se circunscribe solamente a las irrefrenables pautas de consumo que sabemos de por sí que destruyen al planeta. Al respecto, el Papa Francisco en Laudato Si (2015) expresa: “A la continua aceleración de los cambios de la humanidad y del planeta se une hoy la intensificación de ritmos de vida y de trabajo, en eso que algunos llaman 'rapidación'(…) Si bien el cambio es parte de la dinámica de los sistemas complejos, la velocidad que las acciones humanas le imponen hoy contrasta con la natural lentitud de la evolución biológica".
Sin embargo, los efectos antrópicos de la humanidad sobre el planeta también abarcan a otras cuestiones de gran escala e impacto y en este punto nos referimos específicamente al tema de la guerra y la explotación de los recursos y el ambiente.
Al respecto, el ingeniero agrónomo Walter Pengue, en un su artículo “Desde el verde Sur”, publicado por Plumas NCC, da cuenta de esta no solo dolorosa sino devastadora situación social, ambiental y económica recordando que hoy en el mundo tenemos 27 conflictos activos de escala regional, que si bien África y Asia se llevan las palmas en sus conflictos territoriales, es en Europa donde se dirime hoy uno de los conflictos más amenazantes por el poder de fuego que está implícito en la discusión. Y un poder destructivo, que merced al “desarrollo científico y tecnológico”, nos ha puesto a las puertas de una conflagración de resultados impredecibles, refiriéndose específicamente a una hecatombe nuclear.
Esta historia de destrucción lleva más de 5000 años y cada vez con mayor intensidad.
Thomas Hobbes decía que “el hombre es el lobo del hombre” y Pengue expresa que “no sólo apunta a destruirse a sí mismo, sus propias obras, su cultura e historia sino también apunta a la obliteración del ambiente y miles de especies, que ciertamente no son sus enemigos. Y nada le han hecho (...) pareciera entonces que la guerra no termina, sino que los estadios de momentos de paz, son simplemente interfases o intersticios siempre entre dos guerras” donde el hombre se prepara para las próximas.
Armas de fuego, armas químicas, armas biológicas, todas nos destruyen y la destrucción del hábitat y el cambio del paisaje, al menos a nivel local y regional, son también claros. En Vietnam, por si tal caso, fue la primera vez donde se testearon dos elementos químicos muy potentes: uno utilizado para atacar directamente a los humanos, el napalm y otro para deforestar rápidamente la selva, como el Agente Naranja, un herbicida muy potente: terminaron prácticamente un cuarto de los bosques de Vietnam del Sur y la tercera parte de los manglares. En la Guerra del Golfo, primó la idea de tierra arrasada al retirarse las tropas iraquíes. El petróleo que no se incendió conformó unos 300 lagos de petróleo que contaminaron unas 40 millones de toneladas de suelo; en Kuwait la escasa vegetación tardó 10 años en recuperarse, mientras que las aguas subterráneas siguen aún hoy contaminadas.
Los cambios ambientales y climáticos que enfrentamos tienen también relaciones indiscutibles con los producidos por la propia guerra. Todo esto se exacerba y, curiosamente, las emisiones militares no están incluidas en los totales de emisiones nacionales de los Estados.
En fin, a lo largo de la historia, como sabemos, la guerra ha traído consecuencias impredecibles para el ambiente y las especies que le acompañan, en función de las capacidades tecnológicas de cada época. Y si nos detenemos en este aspecto, como especies que somos, según ACNUR, el número de personas que huyen de la guerra, la persecución y el conflicto (sin contabilizar las muertes) superó los 70 millones en 2018, siendo el numero más alto visto por la organización en sus casi 70 años.
Hace 50 años entonces, una primera conferencia de las Naciones Unidas planteo por primera vez las cuestiones ambientales como un problema para la humanidad.
A partir de allí, conferencias, convenciones, tratados, agendas y objetivos de desarrollo, solo por mencionar algunos, han surgido como herramientas para conducir un desarrollo económico sostenible.
Evidentemente, como expresa Pengue, “una vez vencida la diplomacia y avanzada la beligerancia, las premisas de las Instituciones, las leyes o los tratados, y hasta el sistema multilateral y las propias Naciones Unidas se convierten en letra muerta y prima exclusivamente el Derecho de Guerra. Gana y toma todo. A cualquier costo”.
El papa Francisco diría que para preservar el ambiente y a los más débiles “la unidad es superior al conflicto” y en el siglo XXI la única guerra real debería ser encabezada por la humanidad para defenderse de sí mismo.