La consideración habitual sobre las políticas culturales acepta implícitamente una definición restringida del ámbito cultural: según ella, hay política cultural cuando el Estado interviene en las diversas ramas de la producción artística, en el cuidado de los museos y las instituciones de conservación, en el fomento de iniciativas vinculadas con el mundo editorial, en el desarrollo de la formación a través de las escuelas de arte o en la difusión de obras, representaciones y muestras para que se acerquen a sus respectivos públicos. Esta concepción entiende la cultura en el sentido más tradicional que la vincula con el arte, las ciencias o la formación humanística. 

En este libro se avanza en una dirección diferente. Parte de una consideración más amplia del término cultura y de un replanteo del rol del Estado cuando interviene en la vida social con sus diversas políticas. Según este enfoque, la problemática cultural se sitúa en el plano de la significación y de los intercambios simbólicos, en el repertorio de signos y significaciones que poseemos e impulsamos, en los procesos de producción de sentido que organizan nuestra interacción comunicativa y que orientan nuestras prácticas habituales. En este contexto nos proponemos comprender la intervención del Estado en los más variados espacios de la vida social, atentos a los efectos que esa actividad desencadena en el plano de la economía simbólica. Desde esta perspectiva, el Estado no sólo desarrolla políticas culturales cuando hace políticas específicamente culturales sino también cuando no se supone que las hace.

Así, el Estado hace también política cultural cuando regula la comunicación masiva, cuando establece políticas turísticas, cuando altera tipologías urbanas o realiza obras públicas, o cuando financia el tendido de redes de fibra óptica. En estos y otros casos el Estado interviene con sus iniciativas en los procesos generales de producción de sentido. A la interpretación renovada de esta amplia intervención se dedica este libro.