Un gobernante táctico es aquél que organiza y aplica los recursos del Estado para sortear con éxito la próxima elección. Es astuto y reactivo. Va buscando soluciones a medida que se presentan las dificultades. Corre detrás de los problemas. Como un bombero, quiere ser eficaz en la extinción de los incendios. El gobernante táctico es un registro anecdótico en la historia. Para él la política se agota en la lucha por el poder.

Un gobernante estratégico es aquél que organiza y aplica los recursos del Estado para anticipar los problemas, o para evitar el peor grado de ellos, y prepara a la sociedad para enfrentar los retos del futuro. Es inteligente y proactivo. El gobernante estratégico construye para hacer historia, la marca y la escribe.

Claro que la eficacia de la anticipación está en función de la capacidad de planificación. Lo hemos dicho antes de ahora: cualquiera sea la visión que se tenga sobre el objeto del gobierno, lo cierto es que gobernar bien, y sobre todo plasmar una meta superior, siempre implica planificación, coordinación, supervisión. Sin estas acciones, reinarán la improvisación, la discrecionalidad, el descontrol, y la consumación de una realidad deseable será una quimera. Además de su rol instrumental en la realización de un objetivo deseable, la planificación sirve también para prevenir los problemas antes de que ocurran y eliminar o disminuir la tendencia de ofrecer meros paliativos, soluciones parciales o respuestas desarticuladas.

Quien no hace planes, quien no se anticipa a los problemas, se “ata las manos” solo; no puede tomar el “control del timón”, que es la esencia del gobierno.

En el campo de la seguridad, como en otros que corresponden a las funciones esenciales del Estado, no hay planes. Sin plan no hay capacidad de prevenir y no se dispone de una inteligencia estratégica para anticipar los eventos dañinos.

Se combate una modalidad delictiva luego de que está instalada y hace estragos en el cuerpo y en la mente de los miembros de la sociedad. ¿Cuántas “salideras” ocurrieron desde hace un año atrás antes de que se tomara conciencia de su recurrencia y gravedad? ¿Cuándo se dieron cuenta de que el nivel de “bancarización” de la población es bajo y que la abundancia de operaciones de contado por grandes sumas es un llamador para el delito? ¿Cuándo repararon en que las excarcelaciones estaban adquiriendo un número preocupante y debían ser consideradas un factor de riesgo? ¿Quién les tuvo que advertir que los bancos ofrecían menos condiciones de seguridad para sus clientes que las que puede dar un quiosco? ¿Qué tuvo que ocurrir  para que de pronto cayeran en la cuenta de que los bancos no son seguros, de que sus costos operativos son altos y de que los procesos judiciales son lentos, las condenas tardías y las excarcelaciones tempranas?

Recién después de un hecho de sangre conmovedor los políticos tácticos se enfocaron en la cuestión de las “salideras” bancarias, compitiendo por llegar menos tarde que el otro. Estos políticos se ocupan de los problemas una vez que éstos alcanzan una alta repercusión social. Para ellos, sería ideal que no hubiera nadie que pusiera esos problemas en la agenda de las personas comunes.

Un país sin planes es un barco que navega en la dirección que los vientos quieran; “corta” el mar, pero no tiene control de su destino. Así, ese barco corre el riesgo cierto de “llegar tarde adonde nunca pasa nada”

Hugo Quintana