La palabra control es ambigua. En un contexto quiere decir una cosa, pero si se le cambia la referencia puede que quiera decir una cosa diferente. En una situación puede significar algo bueno y en otra algo malo.

Comencemos por lo segundo. Se lo ve “malo” cuando se piensa en  los medios e instrumentos que utiliza el poder para vigilar a las sociedades y a sus miembros. El tema del dominio total de la sociedad tiene antecedentes de tratamiento artístico: ahí están, como ejemplos, la película "Brazil" y el libro "Un mundo feliz". Es el control antidemocrático, la “marca de fábrica” de los regímenes totalitarios. En ese contexto, la palabra “control” tiene una connotación inquietante, intranquilizadora. 

El control "bueno" es el que se realiza sobre el poder como parte de la sustancia de un sistema político democrático y republicano. Este control debe existir y ejecutarse para impedir el triunfo de aquel primero.  El Derecho lo impone y lo promueve en cumplimiento de una de sus funciones esenciales: limitar el poder y permitir su control por parte de la sociedad.  En la más alta expresión del Derecho, como lo es una Constitución, hay instituciones de control. Las garantías individuales, la división del poder en ramas de gobierno, la provisión de las primeras magistraturas y de las representaciones a través del cuerpo electoral, son manifestaciones acabadas de ello.

El control sobre los poderes públicos, como balance de fuerzas y evitación del abuso de autoridad,  es algo que ya se puede encontrar en las formas políticas más antiguas.  Así vemos que los espartanos organizaron e hicieron funcionar el “Éforo”, y los romanos de la República esa compleja trama de instituciones electivas y de mandato limitado.

En una democracia republicana, autoridad y libertad no son términos antagónicos sino complementarios. Lo que permite su convivencia sinérgica es la realización del control. El poder controlado y la autoridad para gobernar con apego al principio de legalidad son reaseguros de la libertad.

Para la Teoría Política, el control es un elemento inseparable del concepto de república. En las repúblicas nadie tiene la suma del poder, el poder está dividido y los órganos de gobierno se controlan unos a otros.   

Si no existe control sobre el poder, sobre el gobierno, sobre la actividad estatal, la Constitución no alcanza su plena potencia, no puede desplegar su fuerza normativa, no se le permite hacer llegar los beneficios de sus garantías a todos por igual. El control es una garantía contra el abuso del poder y una matriz moldeadora de gobiernos como servicio a la Nación y a los ciudadanos sin distinción partidista. La representación del control sobre el poder va más allá de un organismo estatal o de una red de organismos estatales con facultades de vigilancia administrativa. Se hace ostensible en un conjunto de incentivos, restricciones y contriciones que tienden a conseguir de los gobernantes un obrar responsable en términos de bien común.

El arte de la política vocacional consiste en usar sabiamente el poder. El poder se ejerce sabiamente cuando se lo sabe finito, finito en lo temporal y finito en lo potestativo.

Hugo Quintana