La propiedad del trabajo
El trabajo decente convierte a la persona que lo posee en un “ciudadano social”; lo hace sentirse parte de una “sociedad de semejantes”; lo hace reconocerse como actor económico.
La misma OIT define al trabajo decente como la oportunidad de todos los hombres y mujeres de acceder a un trabajo productivo en condiciones de libertad, igualdad, seguridad y dignidad humana. En su mensaje conmemorativo, el Director General de la OIT señala los elementos principales de la construcción del Programa de Trabajo Decente: la creación de empleos por empresas sostenibles; la solidaridad bajo la forma de la protección social; la defensa de las normas y los principios fundamentales en el trabajo; y el aprovechamiento del poder creativo del diálogo y la negociación colectiva para encontrar las mejoras soluciones.
La Corte Suprema de Justicia de la Nación realizó una audiencia pública en el marco de la causa “Sánchez, Carlos Próspero c/ Auditoría General de la Nación en la que se ventila la no continuación del contrato de locación de servicios del causante después de varios años de prestaciones y sucesivas renovaciones. El caso de Sánchez es uno de los tantos miles que generó el Estado a partir de una conducta insocial como la que significó el haber diseminado por el cuerpo de su administración el trabajo “no formal”, “en negro”, “precario”.
En la Argentina el porcentaje de trabajadores “en negro” ronda el 35% de la población económicamente activa. Es un piso alto, que no ha podido perforarse a lo largo de estos últimos años, no obstante los espectaculares guarismos de crecimiento del PBI.
El trabajo “en blanco”, estable, es empleo con seguridad social, con protección contra el despido arbitrario. Es una condición esencial del trabajo decente. El trabajo decente convierte a la persona que lo posee en un “ciudadano social”; lo hace sentirse parte de una “sociedad de semejantes”; lo hace reconocerse como actor económico. Tener un trabajo formal, decente, es como haber perfeccionado el dominio sobre el propio capital humano.
No es infrecuente observar a las centrales del empresariado industrial –sobre todo en situaciones críticas que comprometen la rentabilidad y pervivencia de las empresas- alegando con fuerza y razón que el activo público más importante de una nación es su mercado interno. Precisamente no se contribuye a generar, a desarrollar, un mercado interno amplio y continuo con prácticas empresariales de contratación y salariales que generalizan la informalidad y la inseguridad social. Cuando así se procede en lo que se está pensando es en la ganancia de corto plazo, en el rápido repago de las inversiones. Un extendido espíritu rentista no ayuda a consolidar ni un mercado interno ni una economía competitiva a largo plazo. Tampoco la ventaja competitiva de los productos de un país puede estar exclusiva y permanentemente basada en una combinación de dólar alto con salarios bajos en términos de dólares. Se le atribuye a Henry Ford haber dicho que él debía pagar salarios altos para que sus trabajadores puedan adquirir los automóviles que salían de su fábrica. Un mercado interno no sólo se construye y defiende con barreras a la entrada de productos foráneos o con un tipo de cambio alto, o con una política comercial de apertura selectiva, sino también –y principalmente- con una demanda agregada que transforme el crecimiento potencial en producción real, con una fuerza laboral que se sienta propietaria de su trabajo. Lo que se necesita es un adecentamiento en sentido amplio de las condiciones laborales para que los trabajadores y sus familias sean también actores económicos relevantes con la disposición a tomar decisiones de consumo/inversión en forma libre y sin angustias
En su Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil, Locke celebraba con optimismo al hombre moderno que, a través del libre desenvolvimiento de sus actividades, construye su independencia con su trabajo y se vuelve simultáneamente propietario de sí mismo y de sus bienes. Es gracias a esa propiedad que se ha vuelto libre para opinar y elegir, insobornable para obtener su voto y no intimidable por aquellos que quieren constituirse una clientela.
Nos dice Robert Castel en su libro “La Inseguridad Social, ¿Qué es estar protegido?”, que la inseguridad laboral se ha vuelto indudablemente –como lo era por otra parte antes del establecimiento de la sociedad salarial- la gran proveedora de incertidumbre para la mayoría de los miembros de la sociedad. Se trata de saber si debe ser aceptada como un destino ineluctablemente ligado a la hegemonía del capitalismo de mercado.
Hugo Quintana