Las estrellas, la luna y, por supuesto, el sol, han sido, desde siempre, señales de tránsito ajenas a la creación humana. Las miramos y nos advierten por dónde ir. 

Pero acá cerca están los semáforos. Se puede obedecer a un color (también desobedecerlo). Frenar ante el rojo, alertarse con el amarillo, seguir con el verde.

Los semáforos poseen un extraña facultad, desde el silencio, son una comunicación universal.

Un desafío constante a la conciencia de peatones y conductores. Un arcoíris limitado pero orgulloso en sus brillos y su autoridad. El rojo y el verde compiten en sus permisos y prohibiciones, el amarillo media con su imitación del sol. 

Los semáforos aún no saben el poder q tienen frente a la humanidad. 

La inteligencia artificial, dicen, está llegando también a los semáforos. Tal vez un día, el de la rebelión mecánica, ellos decidan los colores, los momentos y las frecuencias y nos echarán de las ciudades. Serán los dueños definitivos de las esquinas.