Antes las situaciones de crisis, en las emergencias, surge la tentación de cargar las tintas sobre los presuntos generadores de las mismas. Pueden aprovecharse para eludir responsabilidades propias pero, sobre todo, para dejar de pensar en el modelo de país que se quiere y en la calidad de las instituciones que fortalezcan la democracia.

 

Producto de nuestra historia, apenas bicentenaria, llena de encuentros y desencuentros, los argentinos nos inclinamos a pensar que la construcción del bien común puede ser ejecutada de la mejor manera por formas de gobierno con preeminencia de un poder sobre los otros, y no con el equilibrio propio de Sistema Republicano.

 

De este modo, dejamos de lado el concepto de una comunidad organizada manifestada en sus instituciones y en los representantes de todas las ideologías.

 

La democracia, desde su origen, es una concepción vertical, entendiendo un orden en relación al poder, pero también una condición horizontal necesaria para vincularla con los asuntos de la comunidad. Nos es indispensable volver a comprender que las instituciones se crearon por acuerdos, para conciliarnos, para permitirnos convivir. Cuando se dañan, se perjudica la posibilidad de integración en un mismo lugar, en una Nación.

 

Para esto es necesario que los que trabajamos en el Estado tomemos conciencia que es una herramienta para la política vertical y horizontal.

La función pública carece de prestigio, es objeto de satirizaciones y burlas. Los ciudadanos perciben que le servicio público no es tal, sino demoras y dejadez. Entendemos en ese sentido que las normas no son un mero dictamen sino que deben ser generadoras de cultura. No alcanzan, ni sirven las leyes que son declarativas pero que no logran encarnarse en el accionar cotidiano.

 

Así, la función pública necesita una revisión pensada, no desde reformas simplemente legales, sino desde un nuevo arraigamiento cultural que debe surgir del consenso de los actores involucrados.

 

La vida en común necesita de organizaciones y de leyes. Resultan claves las actividades del Poder Legislativo, Judicial y por supuesto la acción del Poder Ejecutivo. El control es la mirada que se le debe al ciudadano por esas acciones de los poderes. Esto permitiría observar el accionar de todos los funcionarios públicos y contribuiría a la transparencia de los actos de gobierno, poniendo coto a la corrupción y a la mala administración de los bienes públicos.

 

Si los que ejercen alguna tarea pública comprenden que esa mirada es necesaria para ajustar su accionar a los requerimientos de la población, se podrá comprender que el control no es oposición sino que es garantía para los ciudadanos e integración entre pueblo y gobierno.

 

De todos modos, el control necesita dar un paso más para servir al afianzamiento de las instituciones democráticas. Se debe tratar de compatibilizar las auditorías sobre la gestión de los funcionarios con el control de la legalidad y la función jurisdiccional. El análisis de la gestión no alcanza, sin sanción no hay control efectivo y la democracia se torna débil e indefensa.

 

La población percibe por estos días, y tal vez como nunca, que es más fácil bloquear al poder, impedirle su avance que tratar de modificarlo para que sirva mejor. El desafío de la hora es coadyuvar a transformar esta demanda ciudadana en control positivo, retroalimentando y corrigiendo las decisiones públicas.

Tender a un sistema de control único e integrado es el requerimiento de los tiempos: Control de Gestión, de Legalidad y con funciones Jurisdiccionales.

En las democracias mas avanzadas, el control es parte importante de su funcionamiento. En nuestro país, de cara al bicentenario, es imperioso el cambio de estatus del control ante los ojos de los ciudadanos y de la política. Definitivamente tenemos que lograr que la rendición de cuentas de los funcionarios públicos sea parte inescindible de sus obligaciones.

Los argentinos necesitamos confiar en la política como herramienta válida para solucionar nuestros problemas, la transparencia en la gestión de gobierno es la condición indispensable para volver a creer.

 

Hugo Quintana