La crisis migratoria en Europa: ¿un problema africano?
Por Atilio A. Boron. Ante la crisis migratoria que se escenifica en Europa surgieron voces de gobernantes, políticos y supuestos expertos en el tema asegurando que aquella, la crisis migratoria, no era un problema europeo sino africano o, en todo caso, del Medio Oriente. La verdad es muy diferente, aunque tal vez debiéramos introducir un matiz adicional. El desplazamiento forzado de millones de personas es consecuencia de iniciativas tomadas por los países europeos y, también, por Estados Unidos.
La responsabilidad de Europa es mucho más visible e inocultable en el caso del África Subsahariana. Porque, ¿quién ocupó, colonizó y saqueó por siglos al mal llamado Continente Negro si no las potencias coloniales europeas? ¿Quién organizó el tráfico de esclavos a través del Atlántico si no los gobiernos y las clases dominantes de Europa? No fueron los africanos quienes se abalanzaron sobre esta para saquear sus riquezas y esclavizar a sus poblaciones, sino que ocurrió exactamente lo contrario. ¿Quiénes impusieron sus intereses, perpetraron un cruel etnocidio y arrasaron con formas ancestrales de organización económica, social y política en África? ¿No fueron acaso los colonialistas europeos los que se repartieron ese continente, practicando un sistemático pillaje y redibujaron el mapa político para inventar fronteras artificiales que dividían viejas sociedades y ancestrales etnias y naciones, convertidas en fragmentos destrozados, ahora caprichosamente repartidos en diferentes países y sembrando las bases de una rivalidad que perdura hasta nuestros días? ¿No fueron ellos acaso los que impusieron el inglés, el francés, el portugués, y otras lenguas europeas como las oficiales de aquellas arbitrarias creaturas políticas? ¿Dónde más podrían ir esos antiguos súbditos europeos que a sus metrópolis de otrora, cuando la crisis deja sin futuro a millones de africanos? ¿O sea que los colonialistas de hoy se rehúsan a pagar las cuentas de las fechorías cometidas por sus antepasados? ¿Reclaman acaso impunidad, o fingen desconocer su responsabilidad histórica?.
Para colmo de males, una vez que las antiguas colonias obtuvieron su independencia los tentáculos del neocolonialismo se hundieron todavía con más fuerza, acelerando la descomposición económica, social y política de las situaciones poscoloniales. De nuevo: ¿adónde sino a Europa podrían ir para buscar un alivio a sus interminables padecimientos? ¿Cómo podrían los gobiernos europeos y sus mandantes decir que la crisis migratoria es un problema africano cuando no es otra cosa que el inesperado resultado de su expansión colonial?.
¿Sólo Europa es responsable de esta tragedia?. No, porque Estados Unidos también juega un papel muy importante, sobre todo para producir el interminable éxodo de dos países desangrados por el imperialismo norteamericano con la colaboración de sus compinches europeos: Libia y Siria, destruidos por la implacable aplicación del cálculo geopolítico de Washington. En ambos casos, precedida por una cobertura mediática falaz que demonizó las figuras de Muamar El Gadafi y Bashar al-Asad y tergiversó la información originada en el terreno para justificar las cruentas tácticas de desestabilización y provocación de una guerra civil. Mentiras similares a la existencia de armas de destrucción masiva en Irak se propalaron en relación a Libia y Siria. Pero esta brutal agresión mediática mal podía disimular que los combatientes de la libertad en esos dos países, exaltados ante la opinión pública mundial y financiados, armados y protegidos diplomáticamente por Washington y Bruselas eran una banda de facinerosos impresentables, causantes de un holocausto social pocas veces visto y que precipitó este éxodo que hoy conmueve a la humanidad. Por eso, en el caso de estos dos países (y también Afganistán, entre otros) la responsabilidad recae antes que nadie en la Casa Blanca, al paso que en relación al África Subsahariana aquella corresponde sobre todo a Europa.
¿Cómo evolucionará esta situación? No es exagerado afirmar que el torrente de refugiados ha desbordado todas las previsiones y no se visualizan escenarios demasiado optimistas. Estados Unidos está casi por completo aislado de esas dolorosas corrientes de seres humanos en búsqueda de una vida mínimamente digna procedentes de África y el Medio Oriente, así como la Unión Europea lo está en relación al flujo migratorio que desde México, Centroamérica y el Caribe golpea a las puertas del imperio. La solución por la que se ha venido inclinando la política de Estados Unidos pasa por el reforzamiento de los controles fronterizos, las deportaciones y la construcción del muro en la frontera con México. Los países europeos no gozan de las ventajas estadounidenses por la porosidad de sus fronteras, su heterogeneidad estatal y la proximidad de los países originarios de los migrantes. Si Occidente creyera firmemente en su tan pregonada doctrina de los derechos humanos tendría que modificar radicalmente su política migratoria y hacerse cargo de su responsabilidad en la crisis actual. Pero ni Estados Unidos ni la Unión Europea han dado muestras de tomarse radicalmente en serio los derechos humanos, por lo que lo único que aparece en el horizonte europeo es una política de mayor control migratorio, cierre de fronteras, expulsión y deportación de migrantes ilegales.
Lo ocurrido con los camiones hallados en Austria o la odisea de los africanos en el Mediterráneo demuestran los límites morales de tales políticas. El proyecto de parar esta avalancha humana construyendo la Fortaleza Europa está condenada al fracaso y no pondrá fin a un éxodo cada vez mayor, alimentado por las inequidades del capitalismo contemporáneo en su proyección global y por las estrategias norteamericanas de producir un cambio de régimen, por vías violentas como las evidenciadas en Siria y Libia, en Medio Oriente. Lo único sensato sería promover un nuevo contrato económico internacional que haga posible el bienestar de esos pueblos y que les permita acceder a una vida digna dentro de sus respectivos países. Pero nada indica que la sensatez sea un atributo de los círculos dirigentes de la Unión Europea. Lo que hicieron con Grecia es una prueba rotunda de que lo único que les importa es garantizar la tasa de ganancia de sus gigantescas transnacionales.