Palacio Barolo: raíces italianas de Buenos Aires
El edificio ubicado sobre Avenida de Mayo representa a la Argentina de principios del siglo XX que busco constituirse a través de la inmigración. Se transformó en uno de los símbolos de la cultura del país europeo en la ciudad.
En la icónica Avenida de Mayo se ubica el Palacio Barolo, una de las construcciones emblemáticas de la Ciudad de Buenos Aires que cautiva a quienes transitan por el centro porteño. La obra fue inaugurada en 1923 y llegó a ser el edificio más alto de Sudamérica gracias a sus 22 pisos y 100 metros de altura, hasta la realización del Kavanagh.
Las paredes del Barolo han sido objeto de múltiples leyendas urbanas y su cúpula permite ver una de las vistas más amplias de la ciudad, donde se puede observar el Congreso de la Nación, el Obelisco, el edificio Eva Perón y la Plaza de Mayo.
La huella de la inmigración
Según el investigador de arquitectura, Alejandro Daniel Machado, la inmigración italiana dejó su huella en la arquitectura de principios del siglo XX en nuestro país. “Se empezó a gestar una escuela de arquitectos italianos, que estudiaron en Italia, pero que llevaron a cabo sus proyectos principalmente en Argentina y Uruguay. Entre ellos resalta la figura de Mario Palanti, creador del Palacio Barolo y otros edificios como la facultad de ingeniería de Las Heras”, detalló Machado.
El proyecto del palacio Barolo nació como respuesta a la búsqueda del esplendor de la arquitectura europea. El empresario textil Luis Barolo encomendó a Palanti a construir el edificio más grande de Sudamérica, con el objetivo de albergar oficinas.
Altura y rascacielos
Machado asegura que la Ciudad de Buenos Aires fue cambiando a lo largo de la historia por la construcción de nuevos edificios y la demolición de otros más antiguos. Hoy conviven distintos estilos arquitectónicos que contrastan entre sí, como el modernismo del Barolo y el racionalismo similar a los edificios de Nueva York, como el Kavanagh. Este último se construyó en 1936 y fue el primer rascacielos de Sudamérica con 120 metros.
El palacio Barolo es un edificio de oficinas y en el piso 22 ofrece una vista panorámica de Buenos Aires con un faro que se enciende al caer la tarde durante algunos minutos.
Recorrido hacia la cúpula
Dentro del palacio se pueden observar distintos pisos de mármol con los colores de Italia y una estatua de un cóndor, que se ubican en los ascensores suizos que conservan los detalles de la década del siglo XX.
El piso 14 es el último que se puede subir en ascensor y, después, es un camino cada vez más estrecho que conduce hasta el 22. Luego queda subir dos pisos más para, finalmente, llegar a la cúpula donde está el faro que alumbra el cielo durante unos breves instantes en la noche.
En total el edificio tiene 100 metros de altura y, por su composición espacial, se suscribe dentro del modernismo de principios del siglo XX que se caracteriza por dejar a un lado la rigidez del siglo anterior y tener una mayor libertad artística con las esculturas que se pueden ver en los primeros pisos y un estilo más sobrio, sin detalles a partir del quinto piso hasta el 22.
La Divina Comedia y otros mitos
El Palacio Barolo, además de su vista privilegiada desde la torre, también fue objeto de distintas leyendas urbanas y mitos que engrandecieron aún más al imponente edificio. Uno de ellos es que cada uno de sus 22 pisos representan distintos cantos de La Divina Comedia del escritor italiano Dante Alighieri. Del primer piso al cuarto se representa el infierno con todos sus lujos y estatuas que simbolizan los siete círculos del infierno de Dante.
A partir del piso 14 es la ascensión a los cielos. Se sube sobre una escalera cada vez más estrecha hasta llegar al piso 22, que es el cielo. Esta leyenda fue alimentada por el arquitecto Carlos Hilger, quien afirmaba que la distribución del edificio fue pensada en base al libro del exponente de la cultura italiana.
Siguiendo con esta teoría aparece una hipótesis de que, luego de la Primera Guerra Mundial, el edificio podría servir como el lugar donde depositar las cenizas de Dante Alighieri en caso de que la Basílica de San Francesco de Rávena sea destruida por las tensiones que vivía Europa en ese momento. En la actualidad, los restos del escritor descansan en el templo italiano.
Lo que aún sigue siendo un misterio es que en el edificio hay movimientos extraños y que, posiblemente, haya fantasmas.