El viernes pasado la crisis financiera golpeó a la economía del sector público, aunque ello no ocurrió cerca de aquí. Le pasó al Estado cuyo PBI es, en tamaño, el séptimo del mundo. La California de Arnold Schwarzenegger se la vio en figurillas para renovar sus vencimientos de corto plazo.

El mundo actual está separado de un cataclismo financiero y económico como el de los años '30 por una delgada línea que se llama confianza. No importa que la raíz, que el agente causante del problema, sea diferente hoy de ayer, tampoco que no haya, como entonces, suicidios en el Waldorf Astoria, el resultado puede ser igualmente catastrófico. Si los depositantes en los bancos, los consumidores, desconfían de la capacidad de sus líderes y gobiernos para enfrentar con éxito la crisis y si adquieren la creencia de que los salvatajes hasta ahora conocidos representan “el refugio de un paraguas en el medio de un tsunami”, el temor se convertirá en pánico, el pánico en corrida; un derrumbe seguirá a otro y habrá astringencia severa del crédito, iliquidez y abstención de consumo. El “virus” del pesimismo se difundirá por todo el “cuerpo” económico y así el “sistema” entrará a rodar pendiente abajo hacia la depresión.

Todo el mundo, al menos el que ha abrazado el capitalismo democrático, está en vilo; los países cercanos entre sí o que son de una comunidad o región se reúnen para coordinar medidas, y dentro de cada país los gobiernos hacen llamados a sectores sociales y fuerzas políticas para organizar la defensa de sus economías.

Nosotros no podemos estar mirando para otro lado, haciendo de cuenta que nada nos va a pasar; como si la indiferencia fuera una manera efectiva de transmitir tranquilidad.

La convocatoria que se ha hecho a empresarios y partidos políticos para revisar los procedimientos del INDEC suena a extravagancia, a una distracción de esfuerzos. Por supuesto, la fiabilidad de la estadística oficial es una cuestión importante, pero no parece tener ahora la altura para generar una movilización nacional; sobre todo, sabiendo que el tema se podría encaminar con un mandato del Congreso a la Auditoría General de la Nación para que realice un examen de las prácticas y metodologías utilizadas por el “organismo de medición”, y su consistencia con las que son científicamente aceptables.

No es el momento del autismo partidario; no hay enemigos internos, las acechanzas vienen de afuera. Es el momento de la convocatoria de grandeza a sectores sociales y fuerzas políticas para encontrar los consensos básicos que hemos perdido y los que nunca hemos tenido, y son necesarios para nuestra propia reproducción social. Consensos básicos en torno de las maneras de organizarnos productivamente, de repartir los frutos de esa producción, de relacionarnos con el mundo y nuestros vecinos, de las formas de hacer más eficaz y decente la política y la administración del Estado. Se va a necesitar un Estado muy eficiente, tanto que sea capaz de gestionar la complejidad que significa, en un contexto de incertidumbre y contracción, mantener los superávit y llevar adelante un gasto público que apuntale la demanda y el empleo. Habrá que poner en juego una gran voluntad y perspicacia para identificar duplicaciones de gastos, erogaciones innecesarias y desperdicios de recursos, y acabar con ellos; habrá que ser selectivos en el otorgamiento de subsidios para que éstos lleguen a los que realmente necesitan la ayuda estatal; habrá que ser rigurosos con los presupuestos de las contrataciones públicas para que los activos incorporados valgan más de los que cuestan; habrá que introducir en el “redil” presupuestario los recursos públicos que andan sueltos y con vida propia; habrá que extender por el aparato administrativo del Estado la supremacía del principio del mérito, la competencia, la gestión y la rendición de cuentas por resultados. No es el momento de insistir con legislaciones de emergencia, ni con la concesión de “superpoderes”; es el momento del patriotismo, del diálogo, del aporte amplio y leal de experiencia y conocimientos. El “acuerdo de consensos” debe servir para crear un “clima” de confianza y emprendimiento, los mejores antídotos contra la depresión.


Para no delatarse, la oportunidad suele andar en punta de pie alrededor de las crisis.

Hugo Quintana