Este año 2010 del Bicentenario seguramente será pródigo en fastos conmemorativos; se los verá a lo largo y a lo ancho de nuestra geografía. Cumplir doscientos años de vida independiente o emancipada bien merece muchos festejos. Pero sería lamentable que el Bicentenario no sea un símbolo, que pase de largo sin más, sin convertirse en un hito, en un punto de partida, y que se agote en fuegos artificiales, desfiles, discursos, seminarios.

Tiene que ser la oportunidad para encontrar denominadores comunes sociales, valores y sentimientos de concordia, para resolver los verdaderos conflictos que nos afligen como individuos y como sociedad, esos que se expresan en términos de desarrollo o estancamiento, educación o marginalidad, decencia o corrupción, democracia o autocracia, república o feudo, ley o anomia, instituciones o despotismo. Puede hacerse con el primer término de cada disyuntiva una lista de objetivos que seguramente concitarán la adhesión de una abrumadora mayoría. ¿Quién va a estar en desacuerdo con que nuestro país despliegue todo su potencial, con que haya una educación de calidad, con que los funcionarios públicos tengan un comportamiento ético y rindan cuentas? ¿Quién puede no querer una “nación de leyes”, en la cual todos respeten las reglas establecidas y nadie se lleve por delante las instituciones? ¿Quién puede oponerse a que rijan realmente las garantías y poderes de la Constitución Nacional? En esos campos, no hay muchos caminos alternativos para llegar al objetivo. Sin embargo, algunos podrán señalar que el problema no es el qué, sino el cómo, porque aquí es donde hace diferencia la ideología. Si uno lee las plataformas y proclamas de los partidos políticos importantes y los discursos y manifestaciones de los principales líderes, se advierte en todo ello matices de gris en torno de esas cuestiones. Más o menos todos dicen lo mismo acerca de lo que debería hacerse para generar un caudal significativo de nuevas inversiones, para tener una educación pública de mejor calidad, para lograr una política y una administración pública más decentes, para conseguir calidad institucional.

Atraso, desigualdad, abuso de poder, inmoralidad administrativa, son dramas nacionales que nos desafían y nos obligan a concentrar contra ellos la energía social, a tener compromiso y participación. Los otros enfrentamientos suelen ser cizaña que se mete para polarizar electorados o para sectorizar el cuerpo social; son artificiales y responden a miserias personales o intereses materiales de quienes los promueven o, en el mejor de los casos, a una visión de país de tal cortedad que está al alcance de un vuelo de gallina.

Si no somos capaces de identificar los reales e importantes problemas de nuestra nación y de darnos cuenta de que sólo en un marco de “unión y libertad”, tendremos la suficiente fuerza para enfrentarlos y vencerlos, será porque, a doscientos años de la gesta de Mayo, seguimos siendo presa de un colonialismo mental.

Hugo Quintana