La reducción al absurdo
El sistema representativo es un sucedáneo imperfecto de la democracia pura. Para garantizar el gobierno del interés general se requieren actos y mecanismos electorales que vinculen eficazmente a los representantes y representados.
Una encuesta reciente realizada por la Universidad de Belgrano revela que casi la mitad de los consultados no sabe con exactitud qué se votará el próximo 28 de junio. No me extraña el resultado: el “tutti fruti” de candidaturas “colectoras”, candidaturas “testimoniales” y candidaturas “espejo” confunde a cualquiera. Para hacer más variopinta la oferta, ha hecho su aparición en escena la candidatura “borrosa”, que es la de aquél proponente para quien la asunción o no del cargo en disputa dependerá de la conjunción de los planetas, de lo que le diga al respecto el oráculo de Delfos o alguna sibila o de cual sea en ese momento su apreciación sobre lo que es más conveniente para el cuerpo electoral que lo ungió como legislador. Lo de “borrosa” está tomado de la matemática homónima, cuyo campo de análisis son los eventos inciertos, vagos, difusos, imprecisos.
La experiencia política nos ha enseñado que alrededor del sistema de representación hay una suerte de “riesgo electoral”, que sería la probabilidad de que el sujeto elegido no asuma el cargo, o de que, una vez en la función, se desentienda de sus promesas de campaña y de las expectativas depositadas en él; este es un riesgo de consumación ordinaria, de lo cual hay sobrada evidencia. Lo que no se había verificado hasta ahora es una situación en la que el postulante anticipa que su candidatura es “aleatoria”, en cuanto a que no está seguro de que deba o quiera asumir el cargo para el que se ofrece; en el esquema de encuesta de opinión clasificaría en “no sabe/no contesta”. Uno tenía entendido que el derecho a estar indeciso es del ciudadano votante y, de ninguna manera, de la persona que se lista como candidato.
Varios de los teoremas básicos de la geometría se demuestran por reducción al absurdo. El método consiste en suponer lo contrario que se quiere demostrar para obtener, mediante un razonamiento, una conclusión que esté en contradicción con postulados admitidos o con teoremas demostrados. De este modo, se demuestra que se verifica la tesis que se quiere probar.
El sistema representativo es un sucedáneo imperfecto de la democracia pura. Para garantizar el gobierno del interés general se requieren actos y mecanismos electorales que vinculen eficazmente a los representantes y representados. La tesis del teorema de la representación es que las candidaturas tienen que ser reales, posibles y nítidas; y que, por el contrario, las candidaturas “simuladas”, “imposibles; o “ambiguas” son desviaciones del sistema representativo, que lo deslizan hacia grados crecientes de imperfección.
Una mente de imaginación febril, más aún de lo que admite el “realismo mágico”, podría, el día de mañana, plantear la posibilidad de que las listas lleven candidatos “emocionales”. Así, un partido podría tener como cabeza de lista a Juan Domingo Perón, otro a Hipólito Yrigoyen y aún un tercero a Alfredo Palacios. Esta clase de candidaturas, como también las “borrosas”, ni resisten la reducción al absurdo.
Podemos siempre seguir descendiendo la pendiente de la degradación, dando pasos cada vez más audaces y temerarios. Cuando ya estemos bien abajo en el pozo del absurdo, todo dará lo mismo y nada será realmente grave.
Hugo Quintana