Se apoyan las suelas. Las pisadas se comen los escalones.

Los pasos van hacia alguna obligación. Bajan. La rutina, simétrica, nos empuja. Suben.

Están las repetidas marcas del estudiante. Bajan. Se vislumbra la luz de otro día que termina. Suben. 

En cada peldaño hay un paso de baile, con ritmo pero sin música. Bajan. La baranda ayuda a hacernos creer que arriba es cerca y fácil. Suben. 

Me gustan los escalones gastados. Ahí está el espíritu de las huellas. La memoria de las tuyas. El compás del trabajador desconocido. La vocación de ella en ese ascenso o descenso. 

En cada escalón usado habita un fantasma. Puedo ser yo, o vos, o aquel o todos. 

Los escalones nos siguen soportando. Ojalá que no se cansen nunca.