Un cartel colocado sobre el frente de un establecimiento secundario del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires reza en grandes letras: “La educación pública está en ruinas”. Seguramente fue dado a luz durante los días de agitación estudiantil. Lo que entonces estuvo movilizando a un sector de alumnos capitalinos de enseñanza media oficial,  y sin clases por una quincena, eran las malas condiciones físicas de sus colegios. Pero el deslustre alcanza mucho más que al yeso, la pintura y la mampostería. Lo que luce muy deteriorado es también la calidad de lo que se enseña adentro de los edificios escolares públicos, de los arruinados y de los que están soportando mejor los rigores del tiempo. Fue una pena que no se aprovechara tanta atención de medios de comunicación, tanto ejercicio asambleario, tanto despliegue discursivo, tanta ocupación del espacio público, para generar, al mismo tiempo, un debate en torno de los objetivos de la educación y de la capacidad de los recursos, instrumentos y medios actualmente en uso para alcanzarlos y poner a las jóvenes generaciones que demandan y consumen educación pública en condiciones de enfrentar los retos del futuro. Eso sí hubiera sido hacer política en grande. Durante tantos días de conflicto el tema no apareció ni de refilón. Si los chicos no pueden percibir todavía el problema, sí podrían hacerlo los mayores: padres, docentes, dirigentes.

La calidad de la educación media en la Argentina es decididamente mala. Lo sabemos por experiencias propias y también porque lo dicen los exámenes del Programa de Evaluación Internacional de Estudiantes (PISA) que toman los jóvenes alumnos de 15 años.

Argentina no está sola en las malas notas sobre lectura, matemática y ciencia; la acompañan en la desgracia otros países de la región, entre ellos, Brasil. Pero en este país, a diferencia del nuestro, su dirigencia en general está obsesionada con la calidad de la educación. Tanto que la consideran un severo condicionante para sostener el ritmo de crecimiento económico. Lula ha hecho una obra social monumental, pero aspira también a ser reconocido por el impulso a un proceso de expansión del alfabetismo en sentido amplio y de aumento de las habilidades cognitivas de niños y adolescentes.

El primer objeto de la política debe ser la educación. En ella, en su amplitud y calidad,  en su capacidad para estimular la creación, el pensamiento crítico, la afectividad, la sociabilidad, sí se juega la realización de los individuos y la de la Nación como proyecto permanente de vida colectiva.

Hugo Quintana