Hace pocos días un enorme cuadro titulado "Devolved Parliament" (Parlamento Entregado) se vendió en el famoso centro de Sothesby's por 11 millones de euros. Esa obra, que representa al Parlamento británico invadido por orangutanes, tenía su carga política en manos del especialista en grafitis, Bansky .

De alguna manera, para quien lo quiera ver, era (o es) una alegoría en torno a la validez del Brexit que algunos quieren imponer en Inglaterra -con la resistencia de otros, quienes, en general, representan una multitud de gente joven que no desea separarse de Europa-.

Sorprendentemente, tal vez por su carácter altamente politizado (para otros es un insulto) este cuadro resultó mucho mejor pago que "Figura con mono", obra del conocido pintor Francis Bacon -toda una apertura en la pintura contemporánea-, por la cual Sothesby's facturó 3 millones de euros.

Esta cuestión ha generado abundantes comentarios en los medios de comunicación presentando discusiones acerca del valor artístico o no del cuadro de Bansky, seudónimo de un artista de arte urbano (o callejero) británico, que además de ser escultor, no se le conoce identidad salvo que nació en Gloucestershire en 1974 y que participó de una documental titulada "Salida de la tienda de regalos".

El hecho de que su obra fuera más valorada que la de Bacon, un respetado creador de estilo figurativo fallecido en 1992, quien expuso la violencia y la ansiedad que experimentó en su vida, motorizó una polémica que no cesa.

Al margen de los vaivenes del mercado del arte, Sotheby's ha debido enfrentar varios conflictos en y después de sus subastas. Por ese lugar desfilaron obras de arte robadas por los nazis en la ocupación de Europa, en la Segunda Guerra Mundial, y nunca trascendieron el nombre de sus vendedores. Otras veces nadie podía asegurar si eran o no falsas, copias fieles de las originales.

Hubo un caso reciente: el de la descendiente de una mujer de la alta burguesía vienesa, pintada por el extraordinario Gustav Klimt a comienzos del siglo XX. Ella reclamó su propiedad porque la bella pintura fue víctima de un saqueo de militares germanos y rescatada oportunamente.

El robo y la falsificación de obras de arte, sin contar a los imitadores, es un delito típico del siglo pasado. La primera acción delictiva estuvo a cargo de los alemanes en la ocupación de Francia. Por suerte, los empleados del Louvre embalaron todo el contenido del museo y lo ocultaron como para no ser descubierto por nadie. Se habían juramentado para hacerlo.

El mariscal Göering, segundo en el poder del régimen nacionalsocialista, ordenó la evacuación de pinturas y esculturas que luego expuso en su casa de campo donde invitaba a sus amigos a cazar como si fuera un noble británico. Cuando comenzó la ofensiva rusa arremetiendo desde Prusia en el este, Göering hizo mudar lo robado a una mina secreta y alejada de curiosos en el centro oeste de Alemania, pero fue descubierta por los estadounidenses.

La definitiva derrota de Alemania a comienzos de mayo de 1945 encendió el interés de los aliados occidentales y los rusos. La Casa Blanca, en Washington, ordenó al Estado Mayor del Ejército la creación de equipos de especialistas en arte para rescatar todo lo que se pudiera. Lo mismo hicieron los del Ejército soviético.

Berlín, destruida en un 85%, no era el único lugar donde abundaban los tesoros artísticos y los museos tenían prestigio internacional. Los reyes de Sajonia, por ejemplo, habían sido grandes coleccionistas y la Galería de la ciudad de Dresden (bombardeada al final del conflicto hasta convertirla en escombros) era una de las instituciones más dotados e importantes del mundo. Una parte de la colección había sido almacenada en una cantera de Grosscotta, cerca de Pirna, y entre los cuadros se hallaba la "Madonna de la Sixtina" de Rafael, la cual fue inspeccionada por expertos soviéticos en ese ámbito frío y húmedo y luego enviada a Moscú.

En el castillo de Weesenstein los rusos encontraron la "Colección Koening", adquirida por el príncipe Juan Jorge de Sajonia, y 45 grabados de Rembrandt, propiedad del banquero austríaco Rudolf Gutmann, los cuales estaban reservados para el museo del Führer que se pensaba erigir en Linz, en donde había nacido en una aldea cerca.

Las fuerzas rojas perpetraron todo tipo de robos. No estuvieron solos. Hubo un pillaje del cual también participaron norteamericanos, ingleses y franceses. Salieron a relucir unos cinco o diez años después de la guerra. Algunas obras se quedaron en museos. Otros militares pícaros se las llevaron a la casa.