Una de las dificultades a las que se enfrentan los responsables de las políticas públicas luego de cualquier desastre natural es lograr satisfacer las necesidades inmediatas de supervivencia a la población afectada.

En esta situación se encontró el gobierno norteamericano, por ejemplo, el año pasado luego del huracán Irma, que arrasó el Caribe y Estados Unidos estropeando sistemas de energía y suministro de agua, dejando fuera de servicio puertos y aeropuertos. En ese contexto, la prioridad fue ayudar a los sectores más devastados.

El huracán Irma, que arrasó el Caribe y Estados Unidos en 2017.
El huracán Irma, que arrasó el Caribe y Estados Unidos en 2017.

Pero como se puede tardar mucho tiempo en recopilar estadísticas sobre la producción agrícola o industrial y el PBI, los funcionarios cuentan con un nuevo instrumento, el big data, según una publicación en el blog del Banco Interamericano de Desarrollo (BID).

Es que con esa herramienta, se pueden recolectar los datos online de los comercios minoristas que proporcionan información útil sobre cuáles son los productos disponibles y cuáles los faltantes y dónde se están produciendo las perturbaciones en el suministro.

De esta manera, en caso de desastre, el big data puede servir para asignar de la mejor manera posible los escasos recursos disponibles.

Casos de estudio

El relevamiento del BID analizó el terremoto que golpeó a Chile en 2010 y, el aún más devastador, el de Japón 2011.

Terremoto en Chile en 2010.
Terremoto en Chile en 2010.

Los especialistas tuvieron acceso a los datos de Billion Prices Project (BPP), una iniciativa del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) que ofrece información de precios de multitud de minoristas online de todo el mundo y brinda predicciones de inflación en tiempo real. De esta manera, pudieron ver cómo los precios cambiaban y qué productos desaparecían día a día.

Así, lograron decodificar que si bien el número de bienes disponibles para la venta cayó un 32% en Chile y un 17% en Japón desde el momento del desastre hasta su punto más crítico, los precios de los productos no aumentaron durante los meses posteriores a los terremotos.