Publicado en el suplemento

Acciones para la Participación Ciudadana, en Diario Perfil

Sebastián Lacunza es licenciado en Comunicación de la UBA y escribe para medios periodísticos locales e internacionales. Fue el último director del Buenos Aires Herald y es autor de “Pensar el periodismo”, “El testigo inglés” y “Wiki Media Leaks” (en coautoría con Martin Becerra). En diálogo con Acciones, respondió algunas dudas existenciales del periodismo y su convivencia con los libros.

- ¿Cómo definís al periodismo?

Es una profesión nacida con la urbanización de la vida y la complejización de las relaciones económicas y sociales, que se desarrolló más plenamente en democracia. Su función básica, que es brindar una lectura, un recorte ordenado de la actualidad ha servido para expandir derechos y ampliar la vida social, pero también para perpetrar las peores causas. En general, el periodismo tiende a darse a sí mismo una cualidad épica superior a la que merece.

- ¿Qué generó la era digital en el oficio? 

Generó cambios y aceleraciones profundos. Modificó rutinas de producción y lectura, relaciones de las audiencias con la textura de los elementos de información. Amplió archivos, miradas laterales, fronteras, dinamitó sitiales. Podríamos hablar de un largo listado de beneficios y de perjuicios, aunque creo que en promedio ganan los primeros. De todas formas, la era digital aceleró un declive que se venía dando en el negocio del periodismo, de forma que hace ya algunos años está en severo riesgo su subsistencia.

- ¿La necesidad de inmediatez y el clickbait producen un periodismo descartable?

Producen un periodismo uniforme y, por lo tanto, en parte descartable. Ése es un aspecto muy negativo del que es difícil salir, porque el propio éxito asociado al clickbait redunda en pérdida y erosión de perfiles, de las funciones históricas del periodismo. Apartarse del clickbait suele salir caro por más que hay buenas experiencias de nicho. Claro que la era digital ofrece la posibilidad de ir más a fondo, intertextualizar, editar y reeditar, otra moneda de doble faz, riesgosa y beneficiosa. El tema es cómo bancar ese periodismo que abre fronteras, pero no suele ser negocio.

- ¿Cómo equilibrás tu trabajo periodístico con la escritura de libros?

En mi caso, el equilibrio es a costa del tiempo libre, que pasa a ser casi inexistente. Suele ser así, no me quejo, es una opción. El libro terminado, si cumple los deseos y objetivos, o los supera, es muy edificante. A veces pasa lo contrario: la escritura fue tan trabajosa, con tantas premuras, que el resultado es malo.

- ¿Se cumplieron los objetivos que tenías antes de publicar los libros? 

Sí y no, sea por las condiciones de escritura o por mis propias limitaciones. En el caso de “Wiki Media Leaks”, fue una escritura muy intensa en un período corto, de unos 10 meses, porque nos apremiaba el tiempo, dada la sensibilidad del tema. Hacerlo con Martín Becerra fue un gran aprendizaje y la repercusión superó mis expectativas. En el caso de “El testigo inglés”, sobre la historia del Herald, fue un trabajo que me atravesó por completo dado que había sido director hasta poco antes de comenzar a escribirlo. A la vez, procuré tomar distancia sobre una historia apasionante, conflictiva, tensa, contradictoria, que me excedía con creces. Es parte de la historia de Argentina y del periodismo. Desde un caso, un diario pequeño escrito en inglés, de alguna manera se explica un mundo. El desafío de encontrar el encuadre, la voz, las fuentes, la tensión fue por momentos abrumador, una batalla conmigo mismo. Estoy muy feliz de que el libro esté ahí.

- ¿Qué ocurre con el periodismo en una sociedad agrietada?

El objetivo de facto que está cumpliendo es confirmar prejuicios, simplificar el debate hasta extremos insoportables. La polarización de la agenda es insufrible. Con esto no adhiero a un equilibrismo vacío que suele ser una impostura. Tengo claros mis principios y mi ideología. No somos los importantes en esta historia y los públicos tienen derecho a que los informen sin intenciones de manejarlos como monigotes, de faltarles el respeto. Esto último es lo que me sigue convocando: la fricción, el punto de fuga.