Hace una semana, una importante noticia lograba hacerse lugar entre la vertiginosa agenda de temas vinculados al recambio de Gobierno: la OCDE anunció los resultados de las pruebas PISA 2022 poniendo en alerta a organismos internacionales, gobiernos y sociedad civil. Estas pruebas se realizan desde el 2000 y son un programa de evaluación educativa internacional que analiza, detalla y compara las habilidades y conocimientos de estudiantes de 15 años en lectura, matemáticas y ciencias de 81 países del mundo. Estas evaluaciones permiten obtener una mirada sobre la calidad y la efectividad de los sistemas educativos a nivel global, así como identificar fortalezas y áreas de mejora en cada país participante, ayudando a informar políticas educativas y prácticas pedagógicas a nivel global.

Antes de las PISA existían algunas otras evaluaciones educativas internacionales, como TIMSS (Estudios Internacionales de Matemáticas y Ciencias), que desde 1995 evalúan el rendimiento en matemática y ciencias para estudiantes de cuarto y octavo grado en distintos países, o PIRLS (Estudio Internacional de Tendencias en Lectura), que son similares a las TIMSS pero enfocadas en habilidades de lecto comprensión. Sin embargo, las PISA se destacaron por su enfoque en evaluar habilidades más allá de la currícula escolar, buscando medir la capacidad de los estudiantes para aplicar el conocimiento a situaciones y contextos del mundo real. Esto marcó una diferencia significativa en la forma en que se evalúa y se comprende la calidad educativa a nivel global.

En esta oportunidad, las evaluaciones PISA –realizadas en 2022– arrojaron resultados muy preocupantes a nivel global, ya que el rendimiento promedio de los países evaluados tuvo un descenso de 15 puntos para matemática y 10 puntos en lectura. El propio informe señala que los resultados analizados muestran “una caída de rendimiento sin precedentes”. En la búsqueda de explicaciones a este fenómeno se destaca el impacto del COVID-19 sobre los sistemas educativos de todo el mundo, aunque también señalan que el retroceso en los aprendizajes es una tendencia que se viene registrando desde hace al menos diez años. En consecuencia, gobiernos y especialistas de todo el mundo aprovecharon la publicación del informe para identificar problemas concretos a resolver y establecer los principales desafíos de la educación a futuro.

A nivel latinoamericano, las PISA 2022 también trazaron un panorama educativo que preocupa. Todos los países de la región obtuvieron resultados que los ubican por debajo de la mitad de tabla a nivel global y la mayoría han mantenido o empeorado su desempeño en matemática, lectura y ciencias. El análisis comparativo de América Latina con el resto del mundo demuestra, para el caso de matemática, que la región se ubica en la mitad de tabla para abajo, destacándose a Chile y Uruguay como los países mejor posicionados –ocupando los puestos 52 y 53 respectivamente de un total de 81 participantes–.

En ciencias, la situación es similar, con Chile y Uruguay como los mejores entre países latinoamericanos, en los puestos 43 y 45. En cuanto a lectura, podemos decir que los países de Latinoamérica obtuvieron resultados algo mejores que el resto, ya que Chile alcanzó el puesto 37, aunque el promedio del resto de los países también se ubica de mitad de tabla para abajo. A pesar de los esfuerzos que permitieron que algunos países puedan mejorar sus posiciones en la tabla, y de los resultados en lectura, en los que la región obtiene mejores calificaciones, América Latina afronta una profunda crisis educativa –combinada con la crisis socioeconómica– que requerirá un fuerte compromiso del Estado y todos los actores del sistema en revertirla.

En estas latitudes, la publicación del informe PISA fue celebrada por el Ministerio de Educación saliente, con un comunicado que presenta como “estabilidad” las caídas de 1 punto –respecto al informe de 2018– en matemática y lectura, mientras que destaca la “mejora” de dos puntos en ciencias con respecto a la evaluación anterior. El comunicado presenta el contenido del informe de manera sesgada, comparando los resultados de Argentina sólo con América Latina: de este modo ubica a nuestro país en una aparente situación de superioridad, dejando de lado la consideración de que, en matemática por ejemplo, ocupamos el puesto 66 de un total de 81 países u omitiendo mencionar que más de la mitad de nuestros alumnos quedaron por debajo de los niveles básicos en las tres materias evaluadas. La repentina legitimidad que asignan a las pruebas PISA tal vez esté justificada por el hallazgo de estos datos que –así presentados– parecen poner a Argentina en una buena posición. Sin embargo, la catástrofe educativa que sufrimos no puede esconderse detrás de cifras manipuladas.

La acumulación de décadas de fracaso educativo tuvo su pico máximo con la llegada del COVID-19 y la decisión del Gobierno Nacional de mantener cerradas las escuelas por un total de 592 días. Las consecuencias de estas políticas se evidencian no sólo en los malos resultados obtenidos en las pruebas PISA, sino en otras evaluaciones tanto de carácter internacional –como las ERCE– o las Pruebas APRENDER, llevadas adelante por el propio Gobierno. Una catástrofe educativa de estas dimensiones sólo podrá ser revertida con un profundo compromiso del Estado en el fortalecimiento del Derecho a la Educación, construyendo consensos con las 24 jurisdicciones en el Consejo Federal de Educación y utilizando los insumos aportados por este tipo de evaluaciones para establecer un plan de trabajo con las prioridades necesarias para recuperar el tiempo perdido.