La democracia y el sistema político argentino
Cuando uno pensaba que la “ingeniería” electoral ya había mostrado todo su potencial, apareció en la “laguna” política un “Cisne Negro”. Me apropio de la metáfora palmípeda de Nassin Taleb para aludir a una rareza institucional altamente inconcebible.
Le he escuchado a un Intendente del Gran Buenos Aires, cuyo frente electoral domina por completo el Concejo Deliberante local, el esbozo de una nueva e inquietante teoría política: la existencia de una oposición en el órgano legislativo pone en riesgo la gobernabilidad. Por esta razón, está dispuesto a encabezar la lista de candidatos a concejales para la próxima elección, haciendo explícita su intención de no asumir el cargo que seguramente ganará. En el código de la política, se sabe, el que avisa no traiciona, sino que es sincero. El jefe comunal del caso ve como necesario someter su gestión a ratificación popular, entendiendo que la votación para ediles puede ser un símil de plebiscito, bastante antojadizo por cierto. De esta manera, verbaliza también su adhesión a una estrategia electoral más amplia para la provincia de Buenos Aires.
La democracia toma un mal camino –Claude Julien diría el que la lleva al suicidio- cuando repetidamente el acto electoral pierde su sentido esencial de generar un contrato moral que obliga al receptor del voto a cumplir su oferta. En su libro “Breve historia del fascismo”, Iñigo Bolinaga visualiza el verdadero suicidio de la democracia alemana de entreguerras en el momento en que se desprecia el papel del Parlamento como órgano político, deliberativo, legislativo y de control, en otras palabras, como poder del Estado.
Las democracias se resienten y declinan allí donde los ciudadanos se muestran tolerantes con las violaciones sistemáticas de las reglas y prácticas limpias del proceso político. La pendiente de la permisividad no tiene más freno que el que uno quiera imponerle. Podemos seguir rodando hacia abajo sin brida hasta llegar a absorber con naturalidad la actitud cínica. El cinismo en política es una exhibición obscena de algo que es impostor o pretendido.
Si cada elección de medio término pone en máxima tensión al sistema político, si la gobernabilidad responsable requiere de una articulación entre Poder Ejecutivo y Congreso, si ante el eventual impacto de un shock externo va a ser siempre necesario alterar el calendario electoral, si los gobernantes encuentran indispensable en situaciones críticas la ratificación de su autoridad y gestión, entonces tenemos con nosotros un problema de estructura institucional. Admitirlo, identificar el diseño sistémico adecuado e instalar el debate en la sociedad, es más honesto y democrático que sorprender con malabarismos con los cuales se pretende convencer a la gente de que el cinismo es mejor que la hipocresía.
Hugo Quintana