El 19 y 20 de diciembre de 2001 se produjo el Argentinazo, una de las movilizaciones sociales de protesta más importantes de la historia argentina que se expresó de diferentes maneras y en el cual participaron amplios sectores de la ciudadanía. Fue la gran manifestación de la crisis de la democracia en nuestro país y sus expresiones más visibles fueron los saqueos, los cacerolazos, los piquetes, las asambleas vecinales, la participación electrónica, los escraches y los paros. Los optimistas percibían en el Argentinazo el preludio de una revolución social, mientras que para los pesimistas no fue más que un nuevo fracaso de la democracia que nos arrastraba al fondo del abismo.

Se creó un nuevo vocabulario político: de la misma manera que popularizamos un término como desparecido a fines de la década de 1970, surgieron otros como piquetero, grupo de desocupados que cortan una ruta o camino en señal de protesta; escrache, acto protagonizado por hijos de desaparecidos señalando a represores indultados, utilizado posteriormente en contra de dirigentes o políticos presuntamente culpables de actos de corrupción; cacerolero, persona que protesta golpeando una cacerola por tener sus depósitos encerrados en el corralito bancario de donde no puede retirarlos.

Factores en crisis

El descalabro económico de principios del milenio fue producto del saqueo deliberado de la Argentina con un discurso que promovió el pensamiento único del fundamentalismo neoliberal, con un sistema productivo que dejó de sustentar a la población y que se comprobaba con los indicadores de pobreza, indigencia, desnutrición, mortalidad infantil, desempleo, deserción escolar, delincuencia y emigración. La profunda crisis política no era solamente de los partidos, sino del consenso y la legitimación de los representantes del pueblo, esto es, de la democracia y la representación. La comprobación más elocuente de este hecho fueron las elecciones de diputados en octubre de 2001, con casi la mitad de los votos anulados o en blanco y con una inmensa pérdida de credibilidad de los políticos y los partidos.

Esta crisis fue la más grave de la historia argentina; la democracia que se reinstaló en 1983 no cumplió siquiera con las expectativas más moderadas: comer, estudiar, curarse, trabajar. Los factores externos estaban relacionados con organismos supranacionales que avalaron durante años un modelo económico que aniquiló la producción, el trabajo y el ahorro de los argentinos. En la década de 1990 nuestros gobernantes, democráticamente elegidos, hicieron todos los cambios solicitados por la comunidad financiera internacional: privatizaciones, apertura de mercados, desregulación de actividades económicas, control de la inflación a través de la convertibilidad y, finalmente, ajustes.

Fue una era que produjo nuevas marcas mundiales: la brecha de salarios era una de las mayores del mundo; el índice de desocupación más alto de nuestra historia; los salarios más bajos, en cuanto a poder adquisitivo, de las últimas cinco décadas; la mayor depreciación de la moneda; uno de los grandes éxodos de argentinos hacia el exterior; creación de más de cinco mil clubes de trueque, ubicando a la Argentina en el tope de los países que recurrían a este tipo de recurso económico informal para sobrevivir; más de cincuenta meses de recesión, la más extensa de nuestra historia y mucho peor que la de las décadas de 1890 ó 1930; una gigantesca deuda externa de más de 150 mil millones de dólares; una enorme caída del producto bruto interno.

19 y 20 de diciembre

El día 19 de diciembre de 2001 comenzó con saqueos a supermercados, razón por la cual el presidente De la Rúa decretó el Estado de Sitio; lo cual produjo una sorpresiva reacción de grandes sectores de la población de la ciudad de Buenos Aires, especialmente de la clase media, que desoyeron el decreto y produjeron el primer gran cacerolazo con miles de manifestantes en las calles. Este golpeteo rítmico de cacerolas para manifestar el descontento fue un rechazo al poder, un acto de desobediencia civil amplio, espontáneo y heterogéneo, con una consigna mítica y anárquica: ¡Que se vayan todos y no quede ni uno solo!, que se vayan todos los políticos del poder legislativo y ejecutivo y, también, los jueces de la Corte Suprema.

Al día siguiente, el 20 de diciembre, se realizaron manifestaciones en todo el país y hubo una intensa lucha por ocupar ese espacio de poder simbólico que es la Plaza de Mayo y se produjeron más de treinta muertes a lo largo de todo el país, producto del gatillo fácil de la policía. Inmediatamente se produjo una novedad paradójica ya que se juntaron para protestar damnificados de intereses diversos, mezclando también a los sectores desocupados más empobrecidos con la rabia de la clase media en lenta extinción, de ahí el cántico: Piquete y cacerola, la lucha es una sola.

Además, se conformaron espontáneamente asambleas o consejos barriales de vecinos autoconvocados, uno de los nuevos modos de participación política en los cuales se producían desde discusiones teóricas profundas hasta debates banales de diverso tipo. Los barrios se transformaron y se deliberaba sobre la democracia directa o la representación, autogestión o Estado, asamblea barrial o partidos políticos. Existió el tema de la construcción, hagámoslo nosotros mismos, de la producción de subjetividades, de la invención de algo nuevo aunque se tomaran o repitiesen viejos saberes de antiguas luchas políticas.

Prevenir

Muchos científicos sociales previnieron los sucesos del 19 y 20 de diciembre, aunque no dieron una fecha exacta, en estudios que indicaban que el modelo neoliberal afianzado en la década de 1990 iba a conducir a una sociedad en la cual gran parte de la población iba a estar excluida y que el estallido social era sólo una cuestión de tiempo. El malestar de la sociedad argentina no irrumpió de golpe en diciembre de 2001, sino que se vino gestando por un modelo que produjo todas las consecuencias ya mencionadas. La debilidad e incapacidad del gobierno de De la Rúa armaron un cóctel perfecto para la explosión que puso a la democracia recuperada en una situación de crisis política y desborde social.

Actualmente resulta inadecuado comparar la crisis del 2001 con lo que está sucediendo a fines del 2013, ya que el contexto es totalmente diferente aunque existan escenas que parecen repetirse. Pese al renacer de la militancia, las valiosas políticas sociales y de derechos humanos en la búsqueda de mayores niveles de participación, equidad y justicia; hoy hablamos de crisis de la democracia porque grandes sectores de la población desconfían de las instituciones estatales y los políticos, porque crece el déficit fiscal y la inflación, porque se falsean las estadísticas, porque nada se ha hecho para combatir a la corrupción cada vez más evidente, porque no hay reglas predecibles y se extiende la anomia, y porque la política se convirtió en un campo de batalla y confrontación que divide a los argentinos en amigos y enemigos.

*filósofo y docente de la Universidad de Buenos Aires.