Octubre será sin dudas el indicador más preciso de la aceptación o no de lo decidido y hecho desde la asunción del Gobierno en diciembre de 2015. No es novedosa en política la idea de polarización, de hecho ya funcionó bien una vez, así como tampoco lo es la máxima que reza divide y reinarás, que habla de la otra estrategia: la fragmentación. Eso es lo que indican los manuales de la ciencia política. Claro que todo tiene un contexto.

La carta más fuerte que se juega sigue siendo la guerra declarada al kircherismo y culpar por todo los males del país a la pesada herencia. Si bien habrá que esperar unos meses para saber si esa jugada sigue teniendo peso sobre el electorado, el contexto lo favorece poco. Esto es producto de una promesa de prosperidad que parece horadarse cada vez más con la caída del consumo que sigue sin dar señales de recuperación; los despedidos y suspensiones en el sector industrial que afecta mayoritariamente a las pequeñas y medianas empresas; el frenazo que atraviesa la construcción; y la creciente conflictividad social para la que, como ocurrió en el caso de los maestros y su carpa itinerante, el Gobierno apela a la represión en lugar del diálogo que tanto pregona.

No se sale de las crisis generando nuevos problemas. Y la criminalización de la protesta es uno de ellos. Hace falta algo más: para empezar, que el Gobierno encuentre soluciones ya no para los problemas heredados sino al menos para los que sus propias políticas generan. Tal es el caso de la baja significativa en la actividad industrial, que distintos indicadores vienen señalando desde el cambio de gobierno pero más precisamente desde los últimos doce meses, cuando se venció el plazo de las mejoras que debían esperarse para el segundo semestre.

Si la economía no termina de reaccionar, si la industria atraviesa momentos de mucha incertidumbre, si la inflación perfora el plano de las buenas intenciones y se aleja mes a mes según los datos del propio Indec- de las expectativas optimistas del oficialismo, el contexto en el que comenzarán a darse la mayoría de las negociaciones paritarias dista muchísimo de ser ideal y, en consecuencia, planteará grandes dificultades tanto para los trabajadores como para los empleadores.

Mientras el Presidente muestra orgulloso la adquisición de camiones blindados antipiquetes; en Jujuy la policía local irrumpe en la universidad violando la autonomía para llevarse presos a dos estudiantes; y en la plaza del Congreso la Policía de la Ciudad reprime sin miramientos a los docentes en lucha. Son varios ya los funcionarios que comienzan a advertir sobre las dificultades al primer mandatario, el cual está más propenso a escuchar sólo a su círculo íntimo. Lo que temen es a las encuestas poco favorables en un año electoral donde está en juego una buena porción del futuro inmediato. Es que la mayoría de los consultores señala por estas horas que el electorado no termina de digerir el plan económico, y que incluso asocia la radicalización del accionar policial precisamente con su implementación.

Dentro de este panorama político-económico que el Gobierno siga pretendiendo fijar un tope a las paritarias tiene mucho de necedad. Tanto como el hecho de que Federico Sturzenegger, titular del Banco Central, siga sosteniendo como mecanismo para desacelerar el proceso inflacionario nuevas subas en las tasas de interés la quinta, desde el cambio de gobierno-, que vuelven el escenario más propicio para la especulación financiera, donde sí pueden verse ganancias exorbitantes para la producción y la consecuente generación de empleo.

La resolución demorada del conflicto docente no marcó como esperaba el Gobierno el techo de las paritarias. Por lo extenso y dramático del conflicto, quedó demostrada la dificultad de llegar a un entendimiento con los números planteados sobre la mesa y una previsión del 17 por ciento en la que nadie puede creer. En mayo habrá discusiones paritarias en la mayoría de los sectores de la economía. El tono de estas y los resultados finales servirán como termómetro para medir cómo marchan las cosas en la Argentina real, la que se mide en los distintos indicadores, y no la que se boceta sobre la caricaturización del pasado.

Por Facundo Martínez*. Sociólogo y periodista.