Ojalá que llueva
Por la sequía, habitantes de un pueblo jujeño pasaron de ser dueños a empleados, de locales a migrantes.
Adrián se despierta a las 6 cada mañana y siente en el aire seco lo que verá al asomarse por la ventana. Hoy tampoco llueve.
La tierra árida le devuelve preguntas y no alfalfa ni cítricos como antes. ¿Deberían mudarse? ¿Vender el campo? ¿Seguir esperando ayuda?
Hace ocho meses decidió intentar resolver algunas de esas dudas y buscó trabajo en otro campo. Uno a 100 kilómetros lo contrató, se mudó y se convirtió entonces en una especie nueva de trabajador golondrina: Adrián no persigue las cosechas, sino que escapa de la sequía.
En su casa aún está su familia. Sus dos hijos tienen que seguir yendo a la escuela y su esposa quedó a cargo. Se ven los fines de semana. La relativa cercanía del nuevo trabajo, y la buena voluntad del patrón, se los permite.
Palma Sola es una ciudad de 5.000 habitantes, ubicada al suroeste de Jujuy. El arroyo Santa Rita recorre las cercanías del lado oeste y es la principal fuente hídrica de la zona. Los productores del lugar piden hace años que el Estado realice las obras que permitan afrontar los períodos de sequía con sistemas de riego para evitar perder las cosechas en manos de la inclemencia meteorológica.
Adrián Armella es solo uno de los múltiples casos que debieron buscar trabajo en campos ajenos. En la misma situación estuvo Oscar.
“Visitaba a mi madre y mi padre, pero ver la finca me angustiaba”, dice por teléfono en un descanso de su trabajo.
Hace unas semanas llovió y Oscar Vargas pudo volver a su casa con su familia. Reanudaron la siembra, esperando en los próximos meses recuperar los años de trabajo perdidos por la sequía.
En su finca había paltas, árboles de hasta 20 años de crecimiento, que no soportaron la sed. Antes de rendirse lograron un precario sistema de riego, “era como darle una cucharada de agua a cada planta”.
¿Qué obras faltan?
El pedido lo hace Adrián, pero es también el de todos los agricultores de la zona: “No quiero que el Estado me de plata, simplemente que haga las obras y yo veré de donde consigo los fondos para volver a recuperarme. Quiero poder trabajar”, imploró el productor.
Las obras que piden (y reclaman) los agricultores de la zona implican la construcción de sistemas de riego que direccionen el agua del Arroyo Santa Rita a las distintas estancias. Según los entrevistados, en el pasado hubo muchas promesas y alguna inversión aislada, pero fueron los propios habitantes de la zona los que tuvieron que involucrarse como mano de obra, relegando su trabajo en las fincas para poder llevar a cabo el desarrollo.
La parte norte del país atravesó, en los últimos años, la peor sequía que sus habitantes recuerden. Desde el 2020, trágicamente acompañada por la pandemia, la falta de lluvia comenzó a evidenciarse y el suelo inició un proceso de deterioro que llegó a ser estudiado también por otros países del mundo.
El campo sufre tres años consecutivos de sequía producto de La Niña, un fenómeno meteorológico que no golpeaba tan fuerte desde 1961.
Según un informe internacional, en los últimos cuatro meses de 2022 llovió menos de la mitad de lo esperado, el valor más bajo en 35 años, y la situación se agrava por arrastrar sequía de años anteriores: “Acá en la zona llueven 600, 700 milímetros anuales y ya hace tres años que venimos con deficiencia hídrica, vienen lloviendo 200 o 300 mm…Que yo tenga recuerdo, tengo 48 años y no lo he vivido nunca”, nos compartió Adrián durante su relato.
Una de las conclusiones del documento fue que el cambio climático probablemente redujo la reserva de agua, lo que agravó la situación de sequía. A su vez, las olas de calor sufridas en este tiempo empeoraron la situación.
La escasez de agua tiene consecuencias visibles y palpables. Oscar, en estos últimos meses, padeció este fenómeno en carne propia. “Sentí decepción, tristeza, pena. Son plantas que se han criado conmigo”, expresó.
El arroyo Santa Rita terminó secándose tras los meses sin lluvia, y en algunos campos se perdió hasta el 90% de la producción.
El deseo generalizado, como tantas otras veces, es que, una vez que el clima ayude y el río recupere su cauce, el Estado no olvide hacer las obras que hacen falta “para que esto no vuelva a pasar”.
En esta línea, en 2019, Argentina asumió compromisos internacionales en la lucha contra la desertificación pero, según un informe de la Auditoría General de la Nación, no están siendo acompañados con las adecuaciones normativas, institucionales ni presupuestarias necesarias para su cumplimiento.
Migrar para seguir
A la pérdida de las cosechas y de la propia solvencia económica, los agricultores de la zona tuvieron que sumarle la desazón de abandonar sus hogares. Según Adrián, casi el 70% de los productores tuvieron que mudarse para poder seguir sosteniendo a sus familias: “Hemos tenido que salir a trabajar afuera para mantener la finca. Me mudé por no querer vender mis cosas, tractores, herramientas… Lo poco que he adquirido, lo tendría que haber vendido si me quedaba en mi casa”. En algunos casos, se han mudado familias completas, vendiendo lo que no podían llevarse.
De esta manera, empujados por la necesidad, pasaron de ser dueños a empleados, de locales a migrantes, pero con la voluntad intacta de seguir ligados a su labor con la tierra. Oscar intentó vivir fuera de la ciudad, trabajó de albañil pero volvió al ámbito rural a las pocas semanas. Por su parte, Adrián alquila en el pueblo para ir y venir a su nuevo trabajo, pero dice que no es su lugar: “No es lo que quise. Aunque en la actividad esté ligado al campo, quiero trabajar en el mío. He hecho todo para trabajar en el mio”.
La posibilidad de vender el campo es un tema recurrente con su esposa. Aunque no es un panorama fácil de analizar, pasa por su cabeza a diario. Si bien algunos productores, como Oscar, consiguieron volver a sus hogares gracias a las lluvias de hace pocos meses, muchos otros continúan trabajando contratados, debido al deterioro que el agua no pudo sanar en sus fincas.
Adrián aún no regresó con su familia y cree que el estado de su campo no le permitirá volver a trabajarlo ni este año, ni el siguiente: “Nos va a llevar muchos años recuperarnos, se perdieron muchas plantas”.
Mientras tanto, esperando las obras y reclamando la acción del Estado, a los habitantes les queda desear “Ojalá que llueva”.