El estudio elaborado por Margarit Bussmann para la Universidad alemana de Konstanz, indica que mientras las mujeres tienden a actuar para el bien común, los hombres actúan, en cambio, para “su propio bolsillo”. El trabajo cubrió más de 100 países desde 1985 hasta el 2000 y su objetivo principal fue analizar el rol de la mujer en los gobiernos y su mirada ante la corrupción y el buen gobierno.

El informe de Bussmann, publicado en 2007, asegura que la mayoría de las decisiones tomadas por ellas implican un menor riesgo político y económico que si lo hicieran los hombres, es por la tendencia de estos últimos -dice el estudio- a pensar en el bien propio en lugar del bienestar del conjunto.

Uno de los casos analizados fue el experimento llevado a cabo en un importante estudio de abogados ubicado en Georgia, Estados Unidos. Allí se le planteó a todos sus empleados una hipotética situación de corrupción y se midió la reacción de cada uno frente al suceso. Los resultados mostraron que los hombres tienen más tolerancia a la corruptela, la aceptación de la misma fue el doble entre los hombres respecto de las mujeres. En consecuencia, el trabajo señala que las firmas de abogados lideradas por el sexo masculino son más corruptas que las lideradas por figuras femeninas. Si esto es así, estamos en problemas.

Además, la investigación repasa diferentes estudios empíricos que demostraron que en un gobierno donde hay un número significativo de mujeres en cargos importantes, la corrupción es muchísimo menor que en los administrados por mayoría de hombres.

En cuanto a la asociación entre mujeres y pacifismo, Bussmann señala que el sexo femenino tiene un componente materno muy fuerte y suele ser criado para ser más sumiso, “mientras que a los hombres se los asocia con agresión y razonabilidad, a las mujeres se las vincula con palabras como empatía, socialización, no violencia, emociones y armonía”.

Que las mujeres son más pacíficas que los hombres no resulta del todo convincente cuando la propia autora trae el caso de Margaret Thatcher, que no dudó en utilizar a la fuerza militar en Malvinas. Sin embargo, la investigadora dice que buscar ese rasgo maternal/femenino en las mujeres de gobierno resulta difícil. Su argumento se basa en que las gobernantes tienden a “copiar” la actitud de los hombres desde un primer momento, alegando que es la única manera de poder llegar a la cima en un mundo administrado por ellos. En su informe, la investigadora deja planteada la incógnita de si las mujeres podrían llegar a cubrir puestos de gran importancia actuando como tales.

El informe explica que para minimizar la brecha de desigualdad entre hombres y mujeres, y acelerar este proceso, es necesario educar no solo a las niñas, sino también a las señoras. Para la autora no se debe esperar que la generación que hoy está creciendo haga la diferencia, hay que lograr que el cambio empiece con las mujeres que actualmente se encuentran inmersas en el sistema laboral.

La familia y la vida laboral

La participación laboral de la mujer es importante hasta en el plano familiar, especialmente cuando en el matrimonio se intenta repartir el trabajo hogareño. A medida que hay igualdad con respecto a las tareas del hogar, la imagen de la mujer dentro de la familia, se fortalece y aumenta en prestigio. Según el estudio, esta situación le ofrece a las niñas de la familia un ejemplo a seguir, y un alivio a la figura del hombre, dado que éstas mujeres contribuyen en el plano financiero de la familia.

Por otra parte,  el trabajo enseña que a medida que aumentan los niveles educativos de las mujeres éstas crecen en la ocupación de puestos importantes. Si bien, una consecuencia de este proceso es el descenso de los índices de fertilidad, las familias tienen menos hijos. El informe sostienes que, a largo plazo, aquellos hijos que tuvieron este tipo de madres, mejor educadas y con roles laborales más calificados, llevarán una mejor calidad de vida tanto en lo educacional como en lo económico, independientemente de si fueron hombres y mujeres.