Publicado en el suplemento
Acciones para la participación ciudadana del diario Perfil

Cuando el denominado “ciclo de la vida” se ve interrumpido por el fallecimiento de un hijo o una hija, los recuerdos entran en juego dentro del proceso de duelo y de sanación. Madres de víctimas de casos de distintas índoles contaron a Acciones cómo fue la vinculación entre memoria, superación y ayuda empática.

Un buen punto de partida para pensar el efecto que trae este tipo de pérdidas lo acercó el psicólogo Jorge Garaventa: “La pérdida de un hijo afecta severamente al grupo familiar. No hay consuelo. La culpa ocupa toda la dimensión psíquica de angustia extrema mezclada con la convicción dolorosa, en muchos casos, de que ellos no deberían seguir viviendo”, indicó.

El profesional aseguró que “genera todo tipo de emociones cruzadas y mezcladas; los hermanos transitan la culpa de la sobrevivencia y la tremenda angustia que genera presenciar y empatizar con el profundo dolor de los padres que, sin dudas son afectados de una manera intensísima ya que transitan el hecho antinatural e incomprensible de sobrevivir a sus hijos”.

Es importante marcar que una perdida inesperada no es igual que una que tuvo un proceso detrás. La similitud, para Garaventa, está en que “el momento de la muerte, aunque esperado cuando se trata de una enfermedad, igual genera un desencadenamiento angustioso importantísimo”.

"En la medida que se recuerde, se pueden tomar acciones de prevención para evitar que les suceda a otras mujeres", dijo Jimena Aduriz.

“En tal caso, todo el proceso permitió ir adelantando algo de lo que iba a acontecer por lo cual podemos pensar que parte del duelo ya se fue iniciando en la enfermedad misma. En una tragedia inesperada, el caudal de angustia supera las formas normales que tiene el sujeto para procesar las situaciones que vive. Por lo tanto, según las características de cada persona hay que estar atento incluso a desbordes que reclamen intervenciones más permanentes y de contención”, sostuvo el especialista.

“El duelo sigue vigente”. El 10 de junio de 2013 a las 8.28, Ángeles Rawson salió del edificio donde vivía en Palermo, fue a su clase de Gimnasia y cuando retornó se encontró con quien, según determinó la Justicia, sería su asesino: Jorge Mangeri, el encargado.

Su mamá, Jimena Aduriz, hoy asegura que “la memoria de por sí, en la pérdida de una hija es lo esencial, porque en este duelo que sigue vigente como el primer día en las emociones y las sensaciones, el gran temor es que los demás pierdan la memoria de tu hija y ésta se transforme en un fantasma”.

Entonces, ¿se vuelve vital que la memoria colectiva recuerde estos casos? “Sí por supuesto, por dos grandes razones. En la medida que se recuerde, se pueden tomar acciones de prevención para evitar que le suceda a otras mujeres, y por otra parte, la  memoria es una forma de mantenerla viva y de darle sentido al dolor que significa su pérdida”, reflexionó.

El caso de Ángeles mantuvo en vilo al país y este crimen se convirtió en bandera, una de las que se levanta en cada marcha en contra de la violencia de género. “Después de casi siete años, escucho ‘Ángeles Rawson, presente’ y se me conmueve el corazón. Porque el temor más grande de una madre es que su hija sea olvidada”, aseguró Aduriz.

"Los primeros días después del hecho, la memoria de ese ser está fuertemente presente y duele mucho", indicó Isabel Yaconis, mamá de Lucila.

“La memoria es un proceso psíquico necesario y terapéutico. La recreación del otro que ya no está, aún con los componentes de pensamiento mágico que pueda tener, es un mecanismo que permite acompasar la pérdida y ‘disimular’ terapéuticamente, la perdida abrupta”, aportó Garaventa.

“El dolor de la pérdida de una hija es absolutamente vigente. Pasó ayer o hace 10 minutos, es atemporal. Lo que sí tiene es que va mutando. Al inicio, es como una granada que se te explota en la cara, el dolor está a flor de piel. Luego, con el paso del tiempo, eso se calma pero la ausencia se nota más y viene la contracara de la realidad y la soledad porque las personas dan vuelta la página y es imposible que entiendan que para vos sigue siendo ayer”, precisó Aduriz.

El tiempo se detiene en los que quedaron. Sobre todo, cuando dejan de ser acompañados no solo por la sociedad, sino también por la Justicia. Este no fue el caso: Mangeri fue acusado por delitos que derivaron en la condena a prisión perpetua. “Fue aliviador”, reveló Aduriz, aunque sostuvo que “al mismo tiempo es el momento en que te das cuenta en cuerpo y alma que la nena no vuelve”.

Garaventa, en tanto, aseguró que el acompañamiento colectivo es una de las formas del duelo. “Es la posibilidad de darle un sentido social a un acontecimiento que, de lo contrario, seguiría aprisionado en la nostalgia, la omnipotencia y el dolor solitario”, apuntó.

La pérdida de la familia de Ángeles, al mismo tiempo, mutó en fuerza para acercarse a gente que había pasado por lo mismo. “Por un lado, a mí me acompañaron otros padres en su momento y fue con quienes realmente me sentí contenida, porque nadie más que quien pasó por una experiencia similar puede saber lo que se siente. Y eso es lo que hago ahora, resulta reconfortante porque el vínculo que se genera es sagrado y le da sentido a la muerte de mi hija”, explicó.

“Necesito la memoria colectiva”. El 21 de abril de 2003, Lucila Celeste Yaconis, de 16 años, fue atacada por un hombre que también intentó violarla. El hecho quedó sin un culpable, un acusado, una cara del delito.

“Cuando la pérdida llega de manera inesperada es un cimbronazo que no da lugar a la aceptación”, contó Isabel Yaconis, la mamá de Lucila. “Los primeros días después del hecho, la memoria de ese ser está fuertemente presente y duele mucho. Tu mirada va encontrando aunque no lo busques, pertenencias, retratos con amplias sonrisas, la vida que fluía. Luego, se perciben los aromas del cuarto de sus cosas. Levantar el teléfono fijo y escuchar su voz en el contestador me destruía”, recordó.

Para Yaconis, el hecho no esclarecido hace que cobre aún más valor el recuerdo colectivo: “El delincuente sexual actúa solo y quizás nunca lo confiese, por lo que alguien podría en algún momento aportar algún dato que nos lleve al victimario. Necesito de la memoria colectiva para que no la olviden”, resaltó.

Garaventa argumentó que “cuando, por las circunstancias que fuere, el proceso de concientización se va agotando, es necesario tener en claro cuál es el momento interno del duelo para que no se genere un vacío que lo vuelva a arrojar en la soledad de la tristeza. Por ejemplo cuando la concientización va acompañada de un pedido de Justicia y en algún momento ésta llega”.

Cuando la memoria se convierte en una ayuda para salir adelante

Yaconis luchó en una época en la que no estaba instalado en la agenda pública este tipo de delitos. “Desde la Fiscalía había registro de varios hechos de violaciones en nuestro barrio, nadie lo dijo, inclusive los padres de una víctima pusieron su casa en venta y se mudaron”, contó.

De cualquier forma, todavía quedan rasgos sociales que evidencian los cambios a medias. Para Yaconis, “eran épocas del ‘por algo habrá sido’ o quizás la pollerita corta, cuando nadie sospechaba de que la conducta del violador no es el deseo sexual, sino la humillación y el sometimiento de la víctima. A mayor resistencia, mayor goce”.

De ese tiempo a esta parte, hubo cosas que cambiaron. En enero de 2019, Lucila fue homenajeada con una plaza en Núñez que lleva su nombre. Un banco rojo, símbolo de recuerdo de las víctimas de femicidios.  “De regreso a casa quiero ser libre, no valiente”, está escrito en letras blancas. Además, una placa que dice: “Como una niña de tiza rosada en un muro muy viejo súbitamente borrada por la lluvia”. La firma la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, a 12 años de su muerte. “La Plaza fue el reconocimiento de los vecinos a su memoria”, reflexionó la mamá de Lucila.

Garaventa sostuvo que “convertir la tragedia en un movimiento de Justicia y a su vez de prevención de situaciones similares asumiendo los familiares el rol de control le da una dimensión que es superadora de lo personal”.

Eso es, precisamente, lo que hizo Yaconis. “Nos empezamos a reunir en el barrio y exigimos que los paredones lindantes con las vías fueran derribados y que el Corredor ferroviario que va desde Lisandro de la Torre hasta la estación Rivadavia -hoy Estación de la Memoria, por las cercanía a la ex ESMA-, fuera el primero donde se instalaran columnas de alumbrado de ambos ramales, que iluminaron la total oscuridad que me aterraba”, indicó. La lucha no terminó ahí: “El mayor logro fue la Creación del Registro Nacional de huellas genéticas”, valoró

Yaconis fue quien impulsó la creación del Banco de Datos Genéticos de Delincuentes Sexuales con la finalidad de que en la Justicia quede asentado un banco genético para cruzarlo ante casos similares. La iniciativa fue aprobada por el Congreso en 2013 y reglamentada en 2017. A fines del 2018, el Gobierno nacional anunció que extendería ese registro a todos los delincuentes, ya no sólo a los vinculados con delitos contra la integridad sexual.

“Permanentemente, acompaño a familiares de víctimas de éste y otros tipo de delitos donde las muertes hayan sido traumáticas, esto es a diario desde el espacio de la Asociación Civil Madres del Dolor, de la que actualmente soy presidenta”, concluyó.

"Al principio estaba con rabia, no entendía cómo una persona puede gozar matando a otra", indicó Andrea Lezcano, la mamá de Micaela García.

“Hay muchísimas Micaelas”.  El 8 de abril de 2017, Micaela García fue hallada asesinada. Tenía 21 años, era de Concepción de Uruguay, militante social y estudiante de Educación Física. Sebastián Wagner, su femicida, había sido condenado por dos violaciones y, al momento del hecho, estaba en libertad condicional concedida por el juez Carlos Rossi.

Andrea Lezcano, la mamá de Micaela, dialogó con Acciones. “Al principio estaba con rabia, no entendía cómo una persona puede gozar matando a otra, haciéndola sufrir. Todavía no puedo entenderlo”, afirmó.

En su caso, aprecieron consecuencias psíquicas. “Perdí la memoria a corto plazo, me perdía, no sabía dónde estaba. Me costó mucho pero fue producto de la negación de no tener a un ser querido. Con el paso del tiempo, vas superando ciertas cosas, pero cuesta bastante”, contó Lezcano.  

Sin hacer hincapié puntualmente en el caso de la mamá de Micaela, Garaventa analizó este tipo de situaciones: “Acompañar es también entender que hubo un hecho externo que generó una bomba de angustia que rompió cualquier posibilidad de reacción psíquica porque la psiquis no estaba preparada para recepcionar semejante volumen de dolor”, precisó.

Con el tiempo, Lezcano fue superando determinados aspectos. Por ejemplo, ya no se cuestiona ciertas cosas. “No me quedó ningún reproche por lo que pasó con Mica. Hice todo lo que pude y lo que no, fue por falta de tiempo, siempre intenté compensar el tiempo de mi trabajo con mis cuatro hijos”, aseguró.

El caso tuvo tanta repercusión que su nombre se volvió bandera y también ley, la cual está en vigencia en varias instituciones y tiene como objetivo prevenir la violencia de género. “He recorrido con mi marido muchas provincias, Micaela no es única, hay muchísimas Micaelas”, indicó Andrea, y agregó: “No sé qué es lo que hizo la diferencia, hay muchas chicas que estudian, trabajan y militan como hacía ella. Lo que rescato es la responsabilidad y el compromiso que tenía para finalizar las cosas que quería, eso no lo veo en los chicos con los que hemos estado trabajando”.

Actualmente, colabora con padres de víctimas, pero también con personas que sufren de violencia de género, así como niños y niñas abusados sexualmente. “Es simplemente levantar el teléfono y ayudar. Capaz no me doy cuenta si me sirve o no, no lo tomo por obligación ni nada. Surgió y hay que ponerle el cuerpo”, reflexionó.

Este caso se volvió casi un emblema y estuvo durante mucho tiempo en la agenda mediática. “Al principio, escuchar otras tantas campanas me hacía un poco mal, pero ahora noto que puede ser una forma de hacer política y de ayudar a crear leyes que ayuden”, aseguró Lezcano. “Me llamaron muchos políticos y simplemente les cuento los escollos tuvimos, como por ejemplo lo difícil que es para una familia trabajadora pagar los servicios de un abogado”, expresó.

Lezcano consideró que “cada uno tiene que involucrarse en lo que pasa en su casa y en su entorno”. La aclaración es inmediata: “Lo hablo como madre y no como profesional. Tenemos que incorporarles nuevas conductas a los niños. No creo que llegue a ver los grandes cambios sociales, pero ojalá nuestros nietos y bisnietos vivan este cambio de paradigma”.