Publicado en el suplemento 

Acciones para la Participación Ciudadana, en Diario Perfil

Eduardo Macaluse nació hace 64 años en Haedo, al Oeste del conurbano bonaerense. Profesor de literatura recién jubilado, daba clases en la Escuela Técnica Nº 9 -actual Media Nº 23- de Laferrere, cuando empezó a militar en la Unión de Educadores de La Matanza, allá por 1980. Había docentes del Partido Intransigente, del Partido Comunista y de la UCR, entre otros. “Las diferencias políticas no se discutían en la escuela”, recuerda. 

La Unión fue uno de los gremios que, luego, dio origen al Sindicato Único de Trabajadores de la Educación de Buenos Aires (SUTEBA). En 1986, Macaluse fue vicepresidente del congreso fundacional y, en 1994, llegó a ser secretario Adjunto. 

- ¿Cómo se vivió desde el sindicalismo el regreso democrático? 

Se vivía un contexto nacional, pero también internacional, que nos hacía vivir con expectativas el regreso a la democracia porque Argentina no era una isla. En ese marco se creó SUTEBA, a partir de la unificación de varios sindicatos distritales que estaban dispersos, aunque unidos por su afiliación a la Ctera. La expectativa era muy fuerte, pero no solo entre quienes participábamos de las luchas sindicales y políticas, la sociedad en su conjunto estaba esperanzada, se palpaba en todos lados. Se había aventado, por fin, el temor que había durante la época militar. 

- En un principio, ¿se moderaban los reclamos para evitar desestabilizar a una democracia naciente? 

Era muy complejo. Por un lado, había mucha expectativa y esperanza, pero también temor de que las luchas pudieran dañar al gobierno. No lo pensábamos todos, pero era una idea masiva, de muchos docentes de base. Nosotros intentábamos convencerlos de que la lucha por derechos fortalece la democracia y no la lastima. Pero a la vez, había cierta supervivencia de organismos que eran propios de la dictadura, como la SIDE o el Poder Judicial. El tema militar no estaba del todo resuelto todavía y eso complejizaba las cosas.

- ¿Se daban debates acalorados? 

Eran debates muy fuertes y masivos. La participación de la gente en política era enorme. Se había pasado de la época de la dictadura, cuando muchos no sabían si ir o no a una asamblea, a que fuera casi una obligación social la participación en el debate. Eran discusiones calientes, sobre todo en distritos del conurbano. Pero en el interior también empezaban a organizarse. 

- ¿Cuál fue el gran desafío que enfrentaron con el regreso democrático? 

La lucha contra la dictadura implicaba que todo valía para hacer caer al gobierno dictatorial y que hubiera elecciones. Cuando ya hay un gobierno democrático, el modo de lucha no debe ser el mismo. Se debe partir de la base de que quienes gobiernan no están de casualidad, sino porque los votó el pueblo. No es una cuestión teórica, sino práctica. 

- ¿Qué cambios hubo en la relación entre sindicatos y Estado a partir de 1983? 

Hubo transiciones. No es que de golpe hay elecciones y un país fuertemente autoritario, elitista y excluyente se convierte en otra cosa. Los cambios se van generando. Muchas veces costó conseguir un lugar para ser escuchados, los gobiernos se limitaban a la formalidad democrática que es participar en elecciones, la consecuente asunción del gobierno y no mucho más. Creo que la falta de espacios de participación es una deuda de la dirigencia política democrática con la sociedad en su conjunto, no solo con los sindicatos. 

- ¿Cómo ves la relación entre sindicatos y empleadores? 

Hoy, el contexto internacional es más favorable para empleadores que trabajadores. Hay una supremacía del sistema financiero sobre la producción real, donde no se necesita la tarea concreta de un trabajador para ganar dinero. Creo que el sindicalismo no está pensando estrategias para plantarse de otra forma, lo sigue haciendo como en la etapa industrial y no se discuten estas cosas. Hay que debatir cómo actuar frente a modos de producción distintos al de la época industrial. Eso permitirá avanzar de otra manera y evitar perder derechos.