Las ciudades tienen eso. En el apuro se las puede caminar sin ver a nadie. Sin ver el auto que viene, el negocio que cerró, la angustia o la alegría de los otros caminantes.

Las ciudades tienen eso. Se las puede andar sin ser vistos. Sin que se noten las huellas de los pasos.

Podemos ser fantasmas entre fantasmas, con los ojos abiertos pero sin darnos cuenta de que estás ahí, de que estoy acá.

Las ciudades nos tienen a nosotros. Seres sin rasgos pidiendo que nos miren, seres anónimos esperando, infructuosamente, que pronuncien nuestro nombre.