De todos los índices que corren por Argentina es, probablemente, el de la inflación al que le prestamos mayor atención.

Los números de los precios los usamos para ir midiendo el pulso de cualquier gobierno. A mayor porcentaje de aumento en los bienes, más incertidumbre, más dudas y más desconfianza.

Será por eso que en algún gobierno anterior se intentó disimular las cifras para atenuar nuestros temores o pagar menos intereses en deudas contraídas. 

Pero también la inflación posee el espantoso poder de encoger nuestros bolsillos, disminuir los saldos bancarios y achicar los changuitos del super.

El mes de abril tuvo una inflación del 8,8%, festejado por funcionarios oficialistas, acumulando un anual de 289,4%.

El INDEC arrastra una mala fama producto de las adulteraciones señaladas, a la vez que los consumidores vamos elaborando un índice personal de variación de precios, según nuestras compras habituales.

Groucho Marx tenía una frase que decía “¿A quién va a creer usted, a mí o a sus propios ojos?”

A quién debemos creer, ¿al índice o a lo que vemos en las góndolas, en los servicios, en los gastos cotidianos?

Y así como hablamos del índice inflacionario, esta sección nos dirige al otro índice, al inventado, al subjetivo, al elaborado sin ningún criterio científico.

Entonces crearemos el novedoso Índice del Ahorcado.

El humano a ser ahorcado, peligrosamente,  se va completando.
El humano a ser ahorcado, peligrosamente, se va completando.

La consultora Aresco dice que el 86% de los argentinos considera que, respecto de 2023, ha perdido su poder adquisitivo. Perder un poder, en este caso el de compra, significa un no poder, aunque aquellas cosas, aquellos bienes y servicios a los que no logramos acceder, los del “no poder” no son iguales para todos.

En el clásico juego del ahorcado hay que descubrir una palabra oculta antes de que te ahorquen.

Se van eligiendo letras intentando adivinar aquella palabra, cuando acertamos se completa un campo vacío, pero cuando erramos, avanza el dibujito del ahorcado que, en definitiva, somos nosotros.

En nuestro índice del ahorcado adaptamos el popular entretenimiento a la cruda realidad de lo que vamos resignando para afrontar la inflación con ingresos en baja.

Partiendo de las posibilidades de la clase media, si eliminamos viajes y/o vacaciones, el ahorcado nos dibuja la cabecita; si luego resignamos ropa, comer afuera, entretenimiento, taxis, empleo doméstico, va dibujando nuestro tronco y algún que otro bracito, y se agregan nuevas partes del cuerpo si suprimimos peluquería, estacionamiento, primeras marcas, salud, colegio, festejos, regalos, cosmética, gimnasio. 

El humano a ser ahorcado, peligrosamente,  se va completando y llegamos al ahorcado completo cuando ya no accedemos al alquiler mínimo, a los medicamentos, a la comida básica.

El ahorcado es un índice cruel que excede el dibujo y que puede tornarse de carne y hueso.

¿Cómo representaríamos, en el índice propuesto, al jubilado solo, al enfermo crónico sin familia, a los expulsados, a los desvalidos?

La inflación, dijimos, es del 8,8% y ante estos números uno puede ver el chango “medio lleno, medio vacío, casi vacío o vacío del todo”.

Justo es reconocer que los precios parecen ir a la baja cuando en octubre del ‘23 teníamos 8,3% pero el alza parecía no tener techo.

Están cayendo la actividad económica, los salarios, las jubilaciones, el empleo registrado. El gobierno mantiene altos índices de valoración, pese a esta realidad.

Se mantiene la esperanza de lo nuevo frente al fracaso rotundo del pasado reciente. Pero…pero, cuidado, todos estamos jugando al ahorcado y con eso no se juega.