Teatro ciego, no para ciegos ni de ciegos ¿cómo fue que surgió esta idea?

Nosotros venimos de una experiencia de un grupo cordobés que hizo una obra que se llamó Caramelo de Limón, dirigida por Ricardo Sued. Fui a ver la obra cuando se presentó en Buenos Aires y me encantó. Después, un amigo que era actor de esa versión porteña me pidió que lo dirija y ahí arrancamos.

¿En qué momento deciden incorporar actores ciegos al proyecto?

Luego de esa primera experiencia, pensé que podrían trabajar actores ciegos porque, en definitiva, la obra no presentaba impedimentos ni para los actores ni para los espectadores. Entonces me pareció que se abría una puerta interesante de expresión para personas ciegas, que cerraba todo el concepto. En 2001 arrancamos una nueva propuesta: La isla Desierta, de Roberto Arlt, que se nos presentaba ideal para nuestra experiencia. El teatro ciego te permite, con recursos mínimos, cambiar de escenografía y transportar al espectador de un lugar a otro a partir de sonidos y olores.

¿Fue difícil trabajar la cuestión actoral a partir de la condición no vidente de los actores? ¿Tuvo prejuicios?

Se trataba de un verdadero reto. Lo curioso fue que encontré prejuicios en los lugares donde fui a buscar actores ciegos. En cada asociación de ciegos me cerraban las puertas, quizás a modo de protección. Pensarían que uno se quería aprovechar, como mucha gente quizás lo haga. Ese fue el primer escollo. Finalmente, en la Biblioteca para Ciegos nos abrieron las puertas y ahí encontramos los primeros actores. También encontré algunos prejuicios en actores que veían. El hecho de incorporarse a un elenco con actores ciegos era toda una decisión, porque por ahí tenían miedo de que se los enmarque en un teatro hecho por discapacitados. Y ni hablar de otra cuestión, que el actor siempre espera que lo vean y lo aplaudan. De mi parte, el prejuicio era cero. Para mí la vida es un juego hacia adelante.

En este sentido el teatro ciego además de un hecho artístico es también un ejemplo de inclusión social ¿por dónde sienten ustedes que la obra le entra al público?

A cada espectador le pega de diferente manera. Hay gente se enternece con la ceguera y hay gente que no se entera de que hay ciegos actuando, porque la obra sobrepasa la ceguera. He visto gente que cuando saluda a los actores lo hace desde un lugar de mucha piedad, pero en general creo que lo que se valora en sí es la obra, que es buena y funciona. La obra la llevan adelante actores ciegos, disminuidos visuales y actores que ven.

¿Qué recuerda del trabajo que debió realizar con los actores?

Mi primer error fue creer que los actores ciegos se iban a mover bien en la oscuridad. En nuestra obra los actores se mueven por todos lados. Se acercan a los espectadores, le susurran al oído. No es un teatro a la italiana, con los actores y público enfrentados sino que el actor está atrás, adelante, a un costado, y los olores, los sonidos, todo le llega al espectador desde diferentes ángulos. Aprendimos entonces que las personas ciegas necesitan chocarse para saber dónde están, que su sensor es el obstáculo, así que tuvimos que trabajar mucho en eso.

¿Qué destaca de toda esta experiencia?

El hecho de haber conformado una compañía teatral de doce personas que no se arrancan los pelos entre sí. Eso en el teatro ya es muchísimo. Lo segundo, fue poder brindarles un espacio de expresión y de trabajo a personas ciegas. No lo digo como una bandera ni me pongo como ejemplo de nada, pero para mí eso ha sido un gran logro. Somos una cooperativa y cobramos todos en partes iguales, incluyéndome. Ninguno cobra más que otro, cumpla la función que cumpla o haga el papel que haga. Para mí esto era fundamental.

¿De qué manera cree usted que esta experiencia de integración ha incidido sobre los actores ciegos?

Los actores hicieron un gran esfuerzo. Mirna Gamarra era una actriz muy tímida, que en principio hacía un papel muy chiquito, pero se trabajó mucho con ella y hoy es otra persona. Hoy Mirna encara un montón de otros proyectos, es una de las protagonistas de nuestra segunda obra: Quiroga y la Isla Iluminada, que es una obra para chicos, y también por qué no para grandes.

¿Cómo fue la recepción de los chicos de este teatro sensorial?

Magia pura. Los chicos interactúan con el espectáculo y eso obliga a los actores a integrarlos, a incorporarlos de alguna manera en lo que está pasando. El teatro es un juego abierto para todos. También es muy lindo cuando los actores reciben el aplauso de los espectadores. Es un momento súper importante. Los ciegos reciben mucho por el oído y es muy lindo desde lo gestual, es como si los aplausos les pegaran en la cara.

Ha ocurrido que algún espectador ciego le haya propuesto sumarse como actor al grupo Ojcuro?

Sí. La idea nuestra ha sido siempre incorporar. Ahora sumamos dos actores más y a una chica ciega que hace un trabajo más técnico.

Es evidente que La isla desierta funcionó, como usted dice, ¿cuál ha sido la clave del éxito?

Nosotros comenzamos en el teatro Anfitrión, en Venezuela al 3500, al mes se prendió fuego el teatro con todas nuestras cosas adentro y tuvimos que salir a buscar otro lugar. En Konex habíamos dejado una carpeta, nos llaman y hacemos una función para la prensa. Vinieron todos los medios y se encontraron con que la obra interesó.

¿Conocían otras experiencias de este tipo de teatro en el mundo?

En principio no, después nos contaron de alguna experiencia parecida en el Di Tella hace muchísimos años. Lo que sí tenemos claro es que las otras experiencias de España, México, incluso también en la Argentina parten de nosotros. Eso nos reconforta.