La realidad mostró que, a pesar de los estereotipos de pareja y de familia, existe una diversidad tal que trasciende el modelo de familia nuclear heterosexual.

Un debate similar ocurrió ante la inminente sanción de la ley de divorcio, los tuyos, los míos, los nuestros era un latiguillo que se usaba para dar cuenta de que las familias en sus múltiples expresiones- era un hecho, aunque en ese momento sólo se incluía implícitamente, distintas conformaciones de familias heterosexuales.

La inclusión de la sexualidad en el debate despertó las más variadas reacciones, apelando a los estereotipos fijados para hablar de normalidad (especialmente, sobre la naturaleza de la maternidad). ¿Por qué no cuestionamos cuando una mujer como se dice comúnmente- hace de madre y padre a la vez? ¿No sería similar dos mujeres o dos hombres alternando esos roles?

Tanto la maternidad como la paternidad son funciones que, como tales, no tienen que estar encarnadas en uno u otro sexo determinado ni en quienes engendraron biológicamente. Son roles a cumplir en el mejor de los casos.

Desde los primeros años, el cuidado y la crianza de los niños y las niñas va más allá de cubrir sus necesidades biológicas: el alimento, por ejemplo, necesita ir acompañado de la mirada, las caricias, del deseo por ese niño o niña.

Es porque tenemos tan arraigadas cultural e históricamente- las funciones maternas y paternas a una versión de madre-mujer, heterosexual y devota y padre-hombre, heterosexual y proveedor, que no podemos ver que de lo que se trata es de funciones que deben ejercerse para que ese niño o niña crezca sanamente.

Entonces, ¿cómo es posible transformar estos prejuicios y contribuir a que las nuevas generaciones acepten las diferencias y luchen contra las desigualdades? Las representaciones sobre qué es ser una mujer y qué es ser un varón son construcciones culturales que se transmiten desde los primeros años. Y en ese sentido, no sólo desde la familia debe darse la transmisión de nuevas miradas. La escuela es una importante transmisora de representaciones muchas veces, desiguales- sobre las diferencias.

Por otra parte, el uso de juegos y juguetes pueden cristalizar estas representaciones sobre ser mujer y ser varón. Si bien hoy hay muchas mujeres que juegan al fútbol, todavía nos escandalizamos cuando un niño quiere jugar con una muñeca. ¿Es que acaso el cuidado de los niños y niñas no es también un rol a cumplir por el padre y a jugar por un niño?

Es importante en este proceso destacar la tarea que tenemos como adultos y adultas y de revisar cuál es el rol que deben tener las escuelas a la hora de educar sobre estos temas: no sólo en lo que atañe al cuidado sino a las posibilidades que les demos a los niños y las niñas para recrear y modificar el mundo preestablecido. 

Esto nos plantea un enorme desafío: el de revisar, interrogar y cuestionar aquellas significaciones que creemos naturales y que portamos como verdades de lo que somos, en este caso, como varones y mujeres. Una forma de empezar a transmitir la inclusión de las diferencias, sean las que sean.

*Psicoanalista y autora del capítulo De posibilidades e (im)posibilidades acerca de la identidad de género, incluido en el libro Equis. La igualdad y la diversidad de género desde los primeros años- Las Juanas Editoras